Diario de Adán (36)

            Hijos del oeste, carne impregnada de magneto, hijo y padre de todo y nada, del estigma y la cuerda, de la ley del crimen en cada mañana, una década al servicio del rey bravo consumido, la arteria y el cuchillo de estar y no estar en el vacío, el silencio que abandona los elencos, girando y girando lento en este invierno, un ocaso de luces al parir de un lamento, una vida que repta y crece  a cada instante, un sencillo botón colorido de silencio. Palabras no dichas se propagan por el...
        Al alero de nuevos días surgen las impresiones de una ciudad nebulosa, de una ciudad incandescente y derretida, van apareciendo nuevas notas, nuevas vidas. Por el azul de las aguas y su espuma se diluye las cremas o las jorobas, cerros y quebradas dibujadas en quirquinchos. Comienzan los días en que los hombres, van forzando su labor a existir, uno a uno los ojos se abren en el azul infinito de los compases y sus horas. Entrega sus momentos a acariciar libros y revistas antiguas que evocan recuerdos enquistados en un corazón adormecido. Adán desde la ventana de su habitación podía ver todo Roses y algunas calles emplazadas hacia la altura del cerro, un pequeño puerto y comerciantes, vagabundos y adictos, todo en el compás del baile matutino. Cercano a las elecciones se podían ver banderines rojos, rosas dibujadas en todas partes y parafernalia del político próximo a reelegirse. Unas calles más allá Lucio bajaba unas escalerillas de hormigón a paso raudo. Unos días antes Adán se lo encontró en La Biblioteca, un mítico bar de Roses, ahí entre las voces pagadas del bullicio lo llevó hasta uno de los rincones más iluminados y le pidió que fuera al día siguiente a verlo. 
    Entiende más allá de sus propios pensamientos, como si tuviera el sexto sentido ardiendo bajo las sienes, buscando un ojo en las noches más oscuras de su alma, tiene más calor indemne de sus arterias, tiene más del ocaso y su silencio enorme, aquí has visto, allá ha despertado nuevas emociones, ha sido un hombre en la pequeñez de sus razonamientos, tiene la frustración como un aguijón en el costado hiriendo sin medida, como un fuego coloreando manzanas. Una vez veía por el bosque la altura de los árboles pensando que podría colgar de sus ramas con los pies cimbrándose, esos pies que se llagaban cuando pasaban días en que no había otra cosa más que el alimento de las preguntas, ha sido enorme, ha sido pequeño, ha visto la luz en la oscuridad moverse frágil como una mariposa nocturna de cristal, ahí mismo vio a un compañero de clases como un espejo preguntando por el sentido, en este mismo bosque onírico buscaba un hogar, viste “rucos”, viste “charas”, viste un travesti oculto entre las ramas con un colchón y dos acompañantes mirando con la midriasis a punto de reventar, con un hola y un adiós perdido entre las hojas de un periódico. La sangre fluía cada vez más rápido en la noche del bosque, las ratas colgaban y corrían por los árboles caídos, el humus y el moho empezaban a corroer con la humedad la piel de la corteza y ahí por el lado derecho una liebre, un conejo, se perdía en el follaje. ¿Cuántas lunas han caído en el mar? ¿Cuántas sorpresas? ¿Cuántos valores perdidos por seguir la monomanía, la resistencia.? 
   Hoy ha sido un día mejor, hoy florecen las ideas en una mente destruida, Adán canta hoy viendo las calles hundirse en hipocresía. Entonces siente que golpean la puerta. Ha llegado la hora. Lucio es impaciente.





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