Diario de Adán (34)

    En aquel tiempo nos era imposible dar el orden natural a las manzanas, las colocamos una a otra apiladas y al llegar a la última toda la gran columna se derribó. Lucio intentaba incansable modificar aquí o allá los brotes, los colores, los olores y sus tamaños, formas, teleidoscopios y extensiones. Una parecía cruz, una rojita un tierno martillo, y así se figuraba hacia el cielo la mente de Adán los recuerdos fósiles de los años.         Un baile de luces y sombras nos bañaba en los rostros, en los hombros, hasta ascender a un cielo enigmático e incorpóreo. Las manzanas ideales tenían graciosas formas y pesos, una era un cerdito, otra un dildo, ora un ojo ora una hoja, ora una nube ora un recuerdo. Con las manos entrelazadas sobre la cabeza veía a Lucio entretejer el equilibrio entre cada pieza.

-Hemos terminado, Ahora encendamos la fogata -dijo.

  Adán se levantó y tomó la primera manzana luego la lanzó al fuego mientras veía las llamas consumirse en un reflejo.





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