Diario de Adán (30)

"Cautelosa empieza el movimiento de las arterias hacia un conjunto demencial.

Vengo con mi bandera a conquistar terrenos olvidados, he descubierto a los penitentes drogos comulgar su hostia en polvo alrededor de una débil vela, los vagabundos dormir en los bancos de las plazas, los perros ladrar en jaurías ante el miedo, los libros cubrirse de insectos y polvo, las uvas exprimir el vino del sol, he descubierto, inventado, amado los caballos negros cabalgar por caminos de nieve.

Sé muy bien que construí un cuerpo maltrecho, como Hefestos, cojeo y soy ciego, mi joroba se hiere con el látigo del sol ¡monstruoso, horrible! Están mis manos arrancadas por los perros,  las heridas lamidas por los gatos y un conejo se entrega al fuego por mi hambre.

Los antiguos lagos se inundan, lágrimas verdes se caen como trueno, dejando marcas invisibles en el viento. Dime ahora ¿cómo no elegir mi destrucción? Mi madre me escupe azufre encendido, mi Padre olvidó quien soy, mis hermanos afilan sus navajas para desollar mi piel hasta que no quede ni mi alma entre los muertos.

Es mejor que olvides que algo existió, tomar una soga y ver detrás de la ventana a los muertos aspirar el incienso de su vida ¿Cómo no elegir el agua en los pulmones? ¿Cómo no elegir un puñal en el pecho? ¿Cómo no elegir la cuerda de plata en el cuello? ¿Cómo no elegir el elixir venenoso? ¿Cómo no pretender volar sin alas? Desearlo es todo, pero ¿por qué no hacerlo de una vez? ¿a quien amas, a quien odias, que nos queda? Ese miedo es que tengo: Pensar que soy otro, que abriré los ojos en el Alba y seré otra cosa. Un demonio cambió mi ser mientras dormía, el problema de no ser. Hay otro, sí, lo sé, hay otro que no deja correr mi sangre libre por los suelos de este mundo. 

¿Qué hace? Viviré siendo otro y me perseguirán personas desconocidas, en silencio, por las calles nocturnas ¿debo contar esto? Quizás ellos me encuentren y torturen, pero nunca me darán muerte. He bajado por ríos de fuego buscando el cantar de mis otras caras en plumas púrpuras que adornaban mi cuerpo y allí, en ellas conocí su historia: perdió poco a poco su cordura con la cual había nacido; el espacio donde vivía se cubría a cada salida del sol, libros por doquier, se hizo nocturno, recopiló grandes grimorios y libros de procedencia extraña, guardaba celosamente una copia del manuscrito de Voynich aprendía con avidez la enseñanza de oscuros monjes de todas las nacionalidades y tenía un temor inmenso a las iglesias y el olor que emanaban allí lo encontré, con su aspecto cambiado espantosamente: pálido y sus labios blancos faltos de vida, el pelo grasiento adornaba su cadavérica cabeza con un negro débil bajo la amenazadora luna, su traje desteñido reflejaba un descuido de días. Emitió un débil murmullo y me invitó a seguirlo para mostrarme los cuadros que había pintado seguimos por callejuelas que formaban un laberinto antiguo de arcáicos portales de piedra desmembrada, a ratos se detenía y observaba las lúgubres estrellas descansar, que tristeza se abrió al ver el desgaste de su cuerpo quién sabe por qué demonios interiores abatido y sin remedio, recordé su soltura de antaño, lo mujeriego y ambicioso que era, asistíamos juntos a unas clases de pintura renacentista, luego desapareció y ahora volvía a encontrarlo en este estado deplorable: “¿Cómo no elegir mi destrucción para un bien mayor?” fue lo último que pronunció en aquel tiempo.











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