El diario de Adán (26)


Adán estaba mirando la parsimonia con que se deslizaban los pies por el piso hasta llegar hasta el tótem y después de pronunciar unos números un papel asomó por la ranura. Al instante giró los tobillos y empezó a dirigirse a uno de los asientos que estaban contra la pared, ahí sentada con un aire digno y ropa impóluta seguía ella mirando el piso de tantos años, el mismo piso mes a mes, las mismas hendiduras y ese mismo pasar. Su hija, su retoño ya crecía lejos y solo le queda, resistir, aguantar la distancia y la ausencia con una risa torpe, un té y un sueño interrumpido aletargado al dormir. A veces por la madrugada veía por la ventana y unas cuadras más allá la figura de la niebla se recorta levemente y débil en la luz de postes eléctricos, unos perros, un ebrio durmiendo en la acera. Allá, un poco hacia el lado izquierdo un paseo nocturno sin principio ni final. Una sociedad ya extinta da sus últimos espasmos del espanto. 
Lucio debía entender su retraso... esa fascinación por mirar más dentro de las cosas y personas: ambos la compartían, ambos se querían, se reía para si de manera escandalosa imaginándose el momento en que le contara todo lo sucedido.



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