Diario de Adán (25)

 Cuando me derretí por las vertientes de hechos pasados ya no muy nobles, fuí encendiendo pequeños ribetes de fogatas en las aceras de cada camino imprevisto, no era más que el utensilio del fuego, el esclavo incapaz de salir de su propia forma y no era casualidad que mi nombre se escuchara en las noches de juerga, de sendas intransitables y mundo aún más pequeños. Era el primer hombre entre los animales que se escondían en las murallas y hiedras ascendentes, y así con sus ojos rojos entre la niebla se iban perdiendo uno a uno bajo un árbol disuelto en notas dulces quizás una blasfemia para los dos: "Esta única existencia". 

Adán caminó por esa calle hasta llegar a la esquina y miró a lo lejos la figura de Lucio acercándose y creciendo en medio de la explanada y las espaldas inconscientes, traía puesto un traje antiguo y desvencijado en las costuras de un leve color azul príncipe haciendo juego con la delgada corbata que colgaba hacia el suelo enredada en si misma. Adán se rio estruendosamente cuando el tipo con el que estaba le extendió la mano.

-Mira esa corbata Lucio, santo cielo, un poco mas de decencia - le aspetó mientras arreglaba con cuidado la prenda en el cuello de su amigo y estrechaba su mano.




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