Diario de Adán (17)

Adán miró hacia la calle y las personas pasaban sin detenerse embriagados en sus destinos y sus metas, cuando Lucio le preguntó por aquellos años le dijo:
- Estaba en la calle con los ojos cerrados y totalmente cubierto por un sudor oscuro y de mal olor, alrededor del bulto maloliente montones de papeles eran agitados por el viento en sintonía con los brotes de hojas del cañaveral. La boca la tenía reseca por días y días sin beber agua, la piel estaba pegada al hueso y asumía un color cobrizo casi llegando a negro, los agujeros bajo los párpados tenían la pupila dilatada y en la oscuridad no había una respuesta a las preguntas hechas desde siempre, los perros ladraban furiosos, un vendaval triste aullaba los secretos de la noche en ese pelo castaño descuidado. No había manera de escapar de esa sensación de vahído, no había manera de cambiar el rumbo predispuesto a los astros… el insomnio de la vigilia y la obsesión, los miles de problemas sociales, económicos, familiares, fisiológicos, mentales, y la locura tocando la puerta, tan cercana, tan violenta, que no respetaba la consciencia del sujeto… Estaba -repitió- en la calle, y el camino era larguísimo, sin vueltas, totalmente recto, y era un camino, dos, una espiral, pero nunca tres, o ser o no ser… ¿la salida? ¿La fuerza de voluntad? ¿acaso no pensaba en su padre agitado de miedo por las noches? Lloró. El llorar, ah, el llorar, el lamento de un alma muriendo sin saber el por qué, el lamento de un alma que ha desarrollado la locura hasta los límites máximos, bajo velas, bajo encendidas fogatas flores, bajo la luz eterna de un eclipse plateado, como un perro aullando, como una lagartija media muerta, como un cuero de serpiente abandonado a la mitad del camino.
Los amigos eran solo la ilusión de un despertar, los amigos ya no estaban porque habían decidido que solo sus sombras podrían seguirlo al final de los círculos, al centro del miasma, como manada salvaje todos aquellos que estaban en esa situación bailaban al compás del temblor histérico de satanás y el bacanal, llorando y desgarrando sus pieles, cabeceando y botando el pelo de sus cráneos quemados por el fuego frío de la inconsciencia. Todos ellos con los pulmones repletos de sangre y el lóbulo frontal al descubierto donde una sombra colocaba su tridente hasta el cuello de su arma, sonriendo malévolamente, gritando, aullando, vuelto loco por la victoria de su amo ante la gran voluntad divina. Entonces ¿por qué lo haces? ¿por qué no hablas? ¿Por qué no te detienes a mirar la amapola crecer? Tu luz, tu oscuridad, tu historia, tus cosas perdidas en el limbo de la materialidad. El desierto y la montaña.
Entiende más allá de sus propios pensamientos como si tuviera el sexto sentido ardiendo bajo las sienes, hay más del calor divino en sus arterias, tendrá mas ocasos y silencios, aquí ha visto, allá ha despertado nuevas emociones siendo un enorme hombre en la pequeñez de sus razonamientos, tiene la frustración como un aguijón en el costado hiriendo sin medida. Una vez caminó por el bosque mirando la altura de los árboles, pensando que podría colgar de sus ramas con los pies cimbrándose y su corazón ennegrecido, esos pies que se llagaban cuando pasaban días en que no había otra cosa más que el alimento y el trabajo del desierto, has sido enorme, has sido pequeño, has visto la luz en la oscuridad moverse frágil como una mariposa nocturna de cristal, ahí mismo el fuego prestado de aquí para allá eran el presagio de un futuro reencuentro en la casa que les salvaría la vida. En este mismo lugar está la autosatisfacción, la sangre que fluía cada vez más rápido en la noche del bosque, las ratas colgaban y corrían por los árboles caídos, el humus y el moho empezaban a corroer la piel de la corteza y ahí por el lado derecho una liebre, un conejo, se perdía en el follaje. ¿Cuántas lunas y soles se han ahogado en el mar? ¿Cuántas sorpresas, cuántos valores perdidos por seguir la resistencia?
Pilar entendía a Adán, había un largo camino que recorrer para llegar a ser "Eva". 



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