Diario de Adán (Fragmento 8)

-¿Volverás a verme?- me preguntó la Gorgona (aunque para algunos es un sobrenombre bastante detestable, para mi era agradable)

- Creo que sí, nunca antes había tenido un momento tan agradable con una mujer, a propósito no me haz dicho nada sobre tu vida, tus pensamientos, lo que estudias, lo que haces -le sugerí más que preguntarle, mientras observaba la delicia de mujer que tenía frente a mi, viéndome como me colocaba los pantalones, y mi cuerpo a mi parecer terso a pesar de los años de alcohol y parafernalia que poseía en cada centímetro del vientre.

- ¿Será necesario que te cuente esas cosas?- me preguntó con esa reticencia de decir: “no te lo contaré no es necesario

-Bueno, si no quieres contarme es asunto tuyo, además pienso que es mejor así, ambos viviendo en un mundo aparte, el resto de los problemas están afuera -acudiendo al solipsismo más raro al cual podría echar mano, un solipsismo de a dos rodeados de libros y cadenas sexuales.

- No es desconfianza, pero al final siempre termino preocupándome más de los problemas y que no intervengan en ellos que en lo que realmente me interesa en un hombre.

- ¿Qué cosa?

- Mmm... -sonrió- ¿Crees que te lo diré?

- Ya sé que no, pero al menos tenía que intentarlo, intentar, intentar -le respondí mientras asestaba golpes en cada botón de la camisa que estaba cubriendo mi cuerpo.- ¿Y ahora que harás?

- Saldré a comprar, necesito un par de cosas para la casa- lanzó una estrepitosa risa- no. No para la casa, para mí, todo es para mí.

- Puedo llevarme uno de los libros, ayer me dijiste que eligiera uno -Recordé.

- Está bien, pero debes preguntarme antes -hubo un breve silencio, que era interrumpido por mí hojeo de libros hasta que ella preguntó:

-¿Tu tienes algo que hacer o pasarás el día conmigo?

-Ehh tengo que visitar a un amigo, pero más tarde podría juntarme contigo, incluso podría venir con él, comprar unos tragos o algo ¿Te parece?

-Yo igual tengo que juntarme con una amiga, los cuatro entonces nos vemos acá en la casa.

-Esta bien, ya tengo un libro -elegí un libro que hace mucho tiempo tenía ganas de leer pero que no conseguí encontrar en ninguna de las librerías o ferias de la ciudad: “Heliogábalo o el Anarquista coronado” y se lo mostré.

- Eres astuto, lo reconozco, pero ya te hice el ofrecimiento ¡¿Qué más puedo hacer?! Artaud es un genio y ese libro es uno de los mejores, a ver… ¿Cómo empezaba?...creo que lo olvidé - se respondió.

Le sonreí y me acerqué, la besé en la boca y me despedí de ella, su casa y todo lo que en esa tarde, noche y mañana había pasado con ella.

Al salir a la calle, la mañana estaba por decaer en el mediodía, recobré el espacio que desde hace unas horas se escapaba entre frase y frase pronunciada, entre gemido y gemido lascivo que inundaba nuestros cuerpos, y el aire me pareció estar cargado de un misterio raro. Las cosas a mi alrededor se movían de forma distintas, intuía que ya no era el mismo que había entrado en aquella casa y me dediqué mientras caminaba a dejar de lado aquellos pensamientos siniestros, desde pequeño esas sensaciones me abatían en medio de sucesos importantes, cuando en los cumpleaños mi madre me encontraba en el huerto de la casa, leyéndole en voz alta a los árboles que se podrían en la acequia o en el momento que murió mi padre (dejándome una pequeña fortuna) me encerré en mi habitación y no se porque causa pinté los muros de violeta y los libros los desgarré, incluso recuerdo me comí un par de hojas, y en eso pensaba cuando me di cuenta que la casa de la Gorgona estaba rodeada por casa tétricas, de aspecto gótico y el adobe se salía en algunas partes, por la calle unas viejas se movían apaciblemente en sus antejardines barriendo y observándome como si hubiese cometido el pecado más atroz de la vida, sus ojos vidriosos se desviaban cuando las enfrentaba, pero al instante la otra vieja aprovechaba para apuñalarme con su mirada, me di por vencido y seguí caminando aunque sentía el peso de las miradas, me entretuve mirando un gato negro que sobre una pared tomaba el débil sol que aquel día cubría el cielo. Era otoño, los troncos desangrados de savia se secaban a las orillas de las acequias, el humus corrompían lo que quedaba de sus cadáveres, a lo lejos unas alondras cantaban y aún más allá unas algas se agitaban con las corrientes marinas, esperando que un incauta caiga en sus redes naturales de conservación. Todo al final de cuentas es putrefacto -me dije- Todo vuelve a ser despreciable, ¿Por qué nos molesta el olor a muerte?, "intuición" me respondí sin dejar de dar pasos por la acera, pasé charcas, automóviles estacionados y otros que corrían en su frenesí- recordé que George Bataille hablaba del movimiento como la reproducción y que todo el universo se reproducía el coito y el movimiento de la tierra como poleas, pistones, y todo reproduciéndose sin fin, hasta las máquinas caen en eso, me dije…si tan solo...

Cuando llegué a la casa de Lucio, él estaba escribiendo a máquina su último proyecto, una especie de novela-poema-satírica-simbolista-cruel, me vio con el libro de Artaud en la mano y su emoción fue tal que en vez de saludarme, pareciese que esperaba al libro más que a mí.

- ¡Genial! ¿Cómo lo conseguiste? ¿A que mujer engañaste ahora? , Artaud, ¡una joyita! Tienes que prestármelo, muy buena edición, definitivamente no te lo devolveré- hablaba como poseído.

- Lucio pareces demente hablando así.

-Pero no sabes la importancia que tiene este libro para el Teatro de la crueldad, es una de las obras capitales de Artaud.

Escuché un pequeño ruido en la puerta de la cocina, y apareció una mujer joven de unos 26 años esbelta, tenia unos bellos ojos verdes, el pelo corto al frente pero detrás como escondida una larga cabellera, símbolo de que  guardaba un par de secretos, algo bastante interesante para Lucio, pues el se daba fama de misógino (no lo decía pero criticaba desmedidamente la posición de la mujer actual ) La joven vestía de una manera bastante extravagante, sin embargo se notaba que quería parecer descuidada, pero era su cuidadoso descuido, verdaderamente era digna de Lucio por la astucia con que aparentemente se manejaba en la vida social. Y sus ojos y los míos se detuvieron en el eterno instante de lo mismo y recordamos las escaramuzas de nuestra existencia a través de las existencias, conteniéndonos, buscándonos entre las espirales de los fractales , en mil ojos hasta llegar ahí a ese marco de la puerta y su cuerpo, menuda, delicada. Ahí, en esos ojos morí y aún sigo muriendo sin parar, como una onda lanzada al espacio que escapa de su propio principio y su inevitable final.



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