Diario de Adán (Fragmento 7)

Lo he rechazado, aquella mañana, lo he rechazado, me moví entre las sábanas y bajo su cuerpo sudoroso, pensando en escapar de las garras de esta Gorgona, deseaba ver a Lucio, sus pensamientos y escuchar que cosas me diría sobre lo que había hecho, en si es una amistad bastante llevadera la que llevamos, nos necesitamos para los momentos en que el decaimiento del mundo nos agobia, lo he rechazado, intenté levantarme de entre el amasijo de piel y huesos que tenía sobre mi, pero eso no era lo más pesado, ya estaba a su lado y aunque podía escapar ella dijo: “estás despierto”, un pensamiento cruzó como flecha mis sensaciones de aquel momento, lo vi, estoy seguro, la imagen que estaba viviendo era de otro mundo, si bien en este no pertenecían a este, allí estábamos los dos, ella acostada en la cama, soñando quien sabe que cosas y aún así acordándose de mi, la victoria que tuve sobre ella me dejaba en un rango superior a pesar de esta gratitud del universo (¿Quién iba a saber que ganaría?) sentía la necesidad de proteger al derrotado ¿Cómo es posible?... Y rechacé mi impulso natural de libertino, de espacioso humano que necesitaba de su libertad, y me sometí al sentimiento, me senté unos segundos y reflexiones, si escapaba de allí...pensaba... nunca más se acercaría y si se me acercaba sería para concretar ese acto nuevamente, pero yo no tendría fuerzas nuevamente para ganarle, así como un compañero de ajedrez al cual siempre le ganaba un día me derrotó, era otra enseñanza, entre más se intenta ganarás o serás derrotado en algún segundo (pero ¿Por qué las cosas tienen que resultar de este modo?), entonces no desistí en mi idea y logré centrarme en ella, me sostuve en la cabecera de la cama y me acosté a su lado, así desnudo como estaba, sin antes percatarme que daba un leve respingo ante el leve aire frío que seguramente se adentraba en sus parte íntimas, la abracé y corrí un poco mi mano hacia sus senos hambrientos y le dije al oído un poema que desde hace tiempo me sabia de memoria (de Teillier): “Un día u otro todos seremos felices, yo estaré libre de mi sombra y mi nombre, el rostro de la amada será siempre joven al reflejo de la luz antigua de la ventana” (no recuerdo bien la versificación) dio otro espasmo, y noté en mis piernas un liquido cálido que se escurría por debajo de las sábanas, decidí entonces bajar mi mano desde sus pechos hacia su centro, despacio bajaba haciéndome el desentendido y llevado por el placer de la situación pero ella me detuvo la mano con la pequeñez de la suya, me calmé y le dije que no había problema, lo sería suave y que hace mucho tiempo tenía experiencia, me creyó, y dejó que yo continuara con mi tarea, bajé hasta la entrada de su ardor y coloqué dos de mi dedos para sostener los labios mayores y uno que se adentrara en su cuerpo, mientras tanto noté que cerraba los ojos con una pasión en celo, aquello me excitó, parecía querer que avanzará más, pero sabía perfectamente que la profundidad nunca les ha interesado y que lo más apetecible para ellas era la superficie, el calar la superficie, es decir, cuando Huidobro nos decía que el mundo estaba poblado por sus ojos era que la naturaleza superficial, poblada, estática era una creación de la sensibilidad que siempre se ha asociado a la debilidad pero a veces la fuerza se nos presenta con debilidad y hay que ser muy débil para ser muy fuerte (paradojas que constituyen el mundo en su plenitud heracliteana) y al contrario. Al menos resultó cuando empecé un vaivén de mi dedo, hasta que encontré una protuberancia, seguramente era su punto encendido en placer que esperaba ser removido por sus cimientos, y todo su organismo se rindiera ante los goces de esa carne que la llenaba, lo deposité en mi dedo y lo moví, lo primero fue un gemido imperceptible, casi apagado de toda humanidad, pero yo lo escuchaba estaba allí, era la respiración, esa respiración que utilizamos día a día pero en ese momento tenía otra función, lo volví a mover y otra vez, pero esta vez más alto y demencialmente me sonreí en mis adentros y empecé a destrozar su cuerpo, la vuelta de mis ojos y el mundo se corrió de su velo, rozaba el mar con los pies, un cálido mar azotado por las agujas del sol, a lo lejos ese gemido se alzaba como los monolitos de la historias de Lovecraft y ese sonido era una figura de humo que se reflejaba en el mar pero en el reflejo era una dama ahogada que intentaba su cuerpo salir desde la humareda roja de las algas, azotaba su cuerpo contra las corrientes pero no podía desprenderse y allí estaba yo encima, teniendo en mis manos una cuerda para salvaguardarla y ser realmente felices, aunque esa sea nuestra intención nunca lograremos tal plenitud, ¡fácil! Pues lancé la cuerda al abismo de las corriente y en vez de salvarme estaba ahogándome en el manantial de algas que se apegaban a los brazos y piernas, costillas, intestinos y cabeza intentando retenerme, me ahogaba y allí arriba estaba con una cuerda en la mano de una forma borrosa, sonriendo, excitada, volví sobre mi y estaba frente a mi dándome besos y lamidas en la boca, el cuello, mientras yo proseguía con mi extenuante labor, se revolcaba, movía las caderas en una forma indescriptible, como la mayoría cuando sienten que el final se acerca, sostuve la cuerda con mi otra mano y toqué sus muslos, la apegué a mi y sentí su vello enredándose como algas en el mío, en un movimiento precipitado cambié mi mano, la atravesé, sentí el ligamento resistiendo la batalla, y entornó los ojos, y lo más gracioso fue que ella me dijo: “el rostro de la amada será siempre joven al reflejo de la luz antigua de la ventana” aparte de la sensación que  nunca antes había tenido de pensamiento mezclado de goce, me llamó la atención es parte del poema de Teillier, ¡La ventana!, y me vino el agotamiento, traté de resistirme pero era inútil resistirse dentro, y dormimos, dormimos, uno junto al otro, soñé con un espacio oscuro donde veía pequeñas luces provenientes de planetas, entre ellos existían rayos de electricidad y veía caer las estrellas y nacer, mi cuerpo se llenaba de cierto pus blanquecino que intentaba salir de mi, eliminaba, me rascaba las piernas, la cara y los brazos, me roían como las larvas a la carroña… y desperté a mediodía, era el momento de partir. Lucio estaba al otro lado de la puerta.



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