Diario de Adán (Fragmento 5)

Adán se sentó en su cama mientras preparaba mis cosas para salir. Ya no estaré más cerca de él, despertó con las manos manchadas de sangre y no recordaba nada. Frunció el ceño como tantas veces lo había hecho en sueños, la noche anterior había estado con unas mujeres en su proyecto de casa, bebió hasta emborracharse y ellas ya se habían marchado.
Se levantó de un salto, fue al baño, tiró la cadena que hace días no era tocada, una musiquilla expelió el urinario, una música Wagneriana y acuática.
- Como Miller esta música es mejor que Persifal, ¡Qué Virgilio! - se dijo.
Dobló la cabeza y se vio frente al espejo. Sus ojos azules estaban allí danzando tenuemente ante el fulgor del amanecer que recién despuntaba, desde la calle llegaba un sutil aroma a vino, cerró los ojos un momento, seguramente para pensar, los abrió, y se lavó las manos, la sangre se fue en una vertiginosa vorágine, se enjuagó la boca, la cara, abrió la ducha y se duchó, el agua corría límpida por el cuerpo, el alcohol se iba a chorros sobre un agujero negro que quedaba en el suelo como otros tantos días, la ropa se ajustó luego a su cuerpo, cada vez cuando se volvía vestir sentía incomodidad, se sentó en la cama y se abrochó los cordones de los zapatos, miró frente a él y vio un libro : “Así habló Zaratustra” frunció el ceño y se puso a leer.
Adán se desembarazó de aquel libro y vio que el mediodía ya estaba situado en las calles con su gran corona desfilaba entre los transeúntes, él ni siquiera había comido y menos se atrevía a cocinar siquiera unos huevos revueltos. Pensó unos segundos y decidió ir a un restaurant que quedaba a dos cuadras, una vez allí comería y más tarde visitaría a Lucio, su viejo amigo Lucio...





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