Diario de Adán (Fragmento 3)

Tenemos que detenernos aquí sólo unos segundos mientras escuchamos ese ruido crecer alrededor de nosotros victorioso podrás seguir por la sierpe de este texto. Si te detienes a observar desde dentro de ti la conversación que se da al otro lado de la página, acompáñame a espiar detrás de a casa por el agujero escondido de las letras. Tenemos que detenernos aquí sólo unos breves segundos, porque el fluir de este tiempo es desde el futuro hacia el pasado, aquellas palabras ahora suceden, Adán charla con Lucio sobre nosotros y nuestra ínfima visión de sus palabras nos deja entrever que ellos saben que los observamos, que ambos separados nos juntamos aquí a realizar la mirada más allá de ellos hasta nosotros. Este es el enigma completo. Este es el caos de las formas indelebles, lava de los ojos azules se transforma en mar y nuestros gestos en la hoja forman lo indeleble de los segundos, aquí el tiempo se detuvo y me dices: ¿Por qué no empiezas ya? tocando con la vista la tinta de los segundos de otra página que no está aquí.
Toma, te digo, toma este texto y léelo frente a un espejo que agote los ríos pasados de un agua elevándose hacia las montañas, aquella montaña donde reposan los sonidos de un tango tocado por Adán y tú eres Lucio, Tú eres todo esto, tú me ocultas tu verdad y yo encerrado aquí trato de escapar de esas letras, dando la vuelta a tu cuerpo y colocando una mano en tu columna, bajando por tu espalda, pero no puedo escapar de aquí, soy la ficción misma de tus ideas, ya no existo y mi única forma de vivir es tomar fuertemente este lápiz sobre el papel para que la seda blanca origine una vida muerta, como toda muerte al final, mas ya se que al empezar esto ya estoy muerto y tú seguirás en sólo un segundo mi muerte hasta tu final.
Creo que todo empezó cuando conocí a Adán, alto, un poco delgado, una barbilla rubia, poco poblada de barba, pero pronta a colonización, blanco en su tez y vestía camisa negra y un pantalón de tela del mismo color. Andaba a pasos largos y apresurados por medio de la sala y su ropa se movía a un compás desigual, las fibras bailaban distintos pasos a las de su cabello rubio que brillaba intensamente bajo las luces blancas que se extendían por sobre el piso alfombrado remecido por los pasos largos que el ocasionaba, llevaba un libro bajo el brazo.
Aquella noche no supe su título pero que más tarde lo sabría; sus ojos azules contrastaban con su piel, un poco afeminado (producto seguramente de la lectura) pensarían algunos, un poco rudo pensarían los afeminados y uno que otro desearían irresistiblemente alejarse o acercarse a él, pues irradiaba esa virtud de movimiento, fuego con la fuerza de un toro hambriento, furibundo, hacia recordar aquellos proletarios toros de Guernica.
Lo hablé con miedo, era impredecible, eso se notaba, y sus ojos se entornaron hacia mi, pareciese que buscaba algo en mi rostro que le resultase familiar, no lo encontró y como perdido en otros planos me dijo: “Me decías
- Cálmese, ya va a empezar la lectura- rememoré a su memoria atribulada que estábamos en un café de lecturas poéticas y faltaban solo algunos segundos interminables para empezar.
Me coloqué en una de las mesas junto a mi compañero y escuchamos un par de poemas y un par de intentos desesperados de poesía y narrativa. Él en un segundo frunció el ceño y me intrigue, este “poeta” era un tanto raro, nunca lo había visto ¿Era esto una ilusión de mi pensamiento o algo más? Paranoicamente observé a mí alrededor, uno de los invitados jugaba a mover la alfombra con el pie y otros rebuscaban en sus hojas manuscritas. Algunas señoras victorianas arreglaban su maquillaje.
-Hola- alargué mi mano hacia él- Ferdinanda- le dije y me quedó mirando como hace un rato atrás pero ahora no buscaba algo conocido sino una especie de cambio había sufrido su mirada, colocó el libro sobre la mesa despacio y respondió:
- Yo, Adán, ¡ah! Y no soy una alucinación.
- ¿Qué? ¿Cómo?
- No lo sé. Sólo lo digo siempre, la gente tiene sobre mi la extraña impresión de que soy una ilusión, me he encontrado con casos en que me acosan con preguntas durante mucho tiempo hasta convencerse, así que prefiero dejarlo en claro desde antes-dijo y sonrió.
- ¡Ah! Bien, yo tampoco soy una ilusión- le respondí bromeando.
- Las razones de un encuentro motivado en si por el batir de alas, desplegándose sobre nuestros rostros o el espejismo que empecinados mostramos unos frente a otros es una hoja deshojándose en el espejo de una charca, en el agujero de una roca blanca. No es fortuito, somos esto... -colocó el libro sobre la mesa y me miró diciendo- …más no somos libres de decidir si serlo o no -recitó rápidamente sin perder el aliento- ¿Qué te parece?
-Este, no sé, ¿Cómo? ¿cómo…? La verdad es que no entendí nada.
El se rio a mandíbula batiente y se puso serio en sólo unos segundos.
-Eso es bueno.
-En realidad a mi no me gusta tanto ser tratada con tanta soltura- le dije.
-Descuida mi buen amiga, no lo hice con malas intenciones- dijo intentando calmarme- ¡ah! le toca leer a usted, vamos a ver cómo me sorprende.
Me levanté, farfullando, y leí uno de mis poemas, en toda la lectura sentí la presión de ese hombre sobre mí, Adán, Adán, ¡Adán! Resonaba los ecos de las montañas mágicas. Por un instante vi la majestuosidad de sus ojos elevarse por sobre aquellas montañas rojas y el color cobrizo del cielo en la tarde que se escondía por los latigazos de un espíritu aclamando su libertad no condicionada a los parámetros del cuerpo y la palabra, y vi como oían mis oídos su sonido rojo, bullendo vida y fuerza. Adán en si era una persona con una gran potencia, pero se ocultaba tras unas máscaras de sarcasmo casi sardónico, era acosado por los catres en los sueños y lecturas y las velas de los barcos encallados en el puerto prontos a zarpar con los fuegos y dracmas los ojos, si, los ojos cobrizos del horizonte decayendo en el crepúsculo. En aquel momento odié mi cuerpo, odié mi espíritu, odié mi vida, odié el cielo y el infierno (a todos nos pasa alguna vez). Quería saber algo que no tuviera que ser social, no un lenguaje apagado consumiendo el último roce de la aceite sobre las manos elevadas hacia la luz buscando las llamas eternas de aquello que no es una historia del tiempo y del espacio, sino elevadas hacia los bosques que con su vestido verde decoraba las impudicias de la montaña y sobre ella los ojos de Adán, relevándome en la lectura.
Él leyó un poema magnífico cuyos versos sólo recuerdo trozos y que provocaron que me sintiera muy débil: “Lanzados los dedos del lago (…) Errante ensueño del río/ que flota sobre mis huesos (…) Estrella colocada en mis ojos/ enorme y alocada princesa/de ojos rojos y esbelta cabellera/ ¡Eres tú muerte de la muerte! (…) Es terrible soñar y no tener sueños (…)”
Este sueño, ¡Si sólo pudiera volver a soñar con Adán! ¡Soñar que hablaba y que leía! ¡Soñar contigo Adán! ¡Soñar que me lees!


Comentarios

Entradas populares