Diario de Adán (Fragmento 11)

Tarde y sombría estaba la luna, mientras me dirigía de mi habitación (pues al contrario que Lucio yo arrendaba con la herencia que me dejó mi padre un cuartito en la casa de una solterona obesa con cinco chiquillos que tomaban el mismo camino) a la casa de Lucio. Toda la tarde la derroché en mirar jovencitas y jovencitos que pasaban por la calle, la verdad es que ya me siento anciano, ultrajado por el tiempo y la angustia, la fijación que tengo en los jóvenes es por su inocencia, sean crueles o no, no han madurado y no lo saben, irradian aquello que perdí, obligado por los cánones de los adultos, años de impaciencia, esperando a la muerte, sé que estoy muerto desde hace bastante tiempo, un muerto cuya vida amanece en el acto de las locuras, Lucio lo sabe y el resto de mis conocidos , me suicidaré en mi cumpleaños ficticio, razones varias y mezcladas en un recipiente de carne, un torbellino de pasiones y pensamientos: aburrimiento, exploración, vergüenza, venganza, etc. Pero sin pensar en aquello los jóvenes me daban escenas espléndidas, el movimiento de sus cuerpos, la frescura y fragilidad; hace tanto tiempo que el teatro ha quedado vacío de bailarines y el movimiento se traslada a las calles y sus pistas, allí las manías y el impulso de la naturaleza se demuestra, es en las calles donde surge la verdad, lo demás es literatura diría Miller. “Así sonriente te mueves/signo de la roca movible por el viento / por la boca llena de semen (…)” recuerdo que escribí en un charco que encontré en la acera.

Al llegar a la casa de Lucio, Osama, el perro, dormía en el antejardín.

Lucio, escuálido, y un poco enfermo de resfrío estaba pálido, su cabello negro medianamente largo caía sobre su ojo izquierdo apuntando hacia su lado donde se encontraba la hermosa niña sin nombre; Y ella con su cabello pululando al viento, danzando en el aire como si fuera su rutina sobre el suelo, elevándose, agarrado a su mente, él cerró la puerta tras de ellos y no me dejaron pasar, caminamos un largo trecho hasta conseguir un taxi. Aquella noche fue muy impresionante. Lucio pagó todos los pasajes y concordamos que a la vuelta los pagaría yo. Él y la desconocida hablaban de lo machista de Bukowski en la parte trasera del auto, al lado de Lucio, que estaba al medio a su izquierda estaba la niña y hacia su derecha una viejecita gorda repleta de bolsas de supermercado intentaba entender el funcionamiento de su teléfono celular; el chofer preocupado del camino colocaba un ojo en el manubrio y el otro en la calzada  y sus dos oídos en la conversación, un poco morbosa, que en voz alta vociferaban los fanáticos bukowskianos (hablaban de cierto cuento corto donde Bukowski se transforma en un ser pequeño por arte de una bruja y la asesina con un alfiler).

Me harté de estar junto a ellos y me trasladé a través de imágenes que tenía frente a mi, en cada costado rebosaba de árboles, el sol caía en sus hojas y perfectamente podía vislumbrar el reflejo de las hojas perdiendo tenuemente su fuerza, pensé ¿acaso se apartaban los árboles? o ¿el hombre habría sendas en la naturaleza, como una mano y sus líneas? ¿Qué es aquello que mantiene las cosas? Y ¿Qué mantiene aquello?, no entendía ni siquiera mis preguntas, por un momento perdido en el limbo nebuloso de mis preguntas vislumbré una luz, un automóvil que pasaba junto a nuestro transporte, su color pasó tan desapercibido que no lo tomé en cuenta, y fue eso precisamente lo que me motivó a formular una idea: “La realidad pasajera no es percibida, pero no se si está allí, al final de cuentas con lo único que cuento, es con un saber limitado, desearía no saber nada así sabría todo sobre nada, porque no hay nada que saber; en cambio sabiendo algo de todo, sabía una parcialidad, La nada- me dije- es una unidad inexistente, es una sola cosa, y si se sabe de ella se sabe todo de ella, no quiero saber, no quiero saber ”- me repetí esta frase varias veces hasta que la dije en voz alta y todos lo del colectivo se quedaron en silencio, Lucio dio un respingo y continuó conversando, sabía perfectamente que me había ayudado, más tarde seguramente me pediría que le contara que pensaba. Me ofusqué conmigo, ¿Cómo se me escapaban cosas de la boca sin siquiera querer ¿Qué era eso? sabría interpretarlo, pero existían en esto un destino más allá que no se pensaba, ¿Había algo más que se impulsaba a hablar, pero no el inconsciente, pues este no articula palabras, sólo hechos? En fin, llegamos cerca de la casa de la Gorgona y nos bajamos, los llevé hasta la casa de ella, las casas tenebrosas cercanas tenían una que otra las luces encendidas, cuando pasaba miré hacia atrás y allí en la oscuridad creí ver a las ancianas. Que extraño -pensé en aquel momento- no se duermen temprano.

Gorgona nos recibió con suma amabilidad, en el transcurso del día -me contó- había tenido la oportunidad de invitar a muchos escritores avecindados en la ciudad, cerca de una veintena esperaba recibir en su casa, recordé aquellos momentos donde los escritores se juntaban leían, peleaban, morían, se suicidaban, etc.

-¿Vendrán muchos?, espero que sean buenos.

-Algunos son poetas, otros novelistas, dramaturgos.

- Que piensa hacer esta noche, de lo poco que te conozco diría que planeas algo macabro- me reí dando un poco de sarcasmo.

- No, nada, sólo divertirme un rato con lecturas -dijo fingiendo un indetectable tono a ingenuidad.

- ¡Ah!- exclamé- te presento a Lucio y a….

Lucio se me acercó y me dijo al oído con cierta ira:

-¿Esto esperabas cierto?

-Pensabas acaso que te invitaría por pura diversión, vamos Lucio ¿Hace cuanto que me conoces?

- Al fin, ya me ganaste- dijo mientras se daba por vencido.

-Pilar -contestó la jovencita hasta el momento desconocida.

- Yo soy Gorgona.

Le dio un beso en la mejilla a la Gorgona y se sentó en uno de los sillones mullidos, extrañamente adornados de la casa de la anfitriona, ya intuía el raro gusto de ella. Poco a poco entre copas y habladurías sin importancia nos fuimos conociendo todos, al menos en esa parte de la casa estábamos nosotros tres, un poeta llamado Surgo que venía de París, y su español era muy bueno, aunque vi cierta ignorancia en los temas que trataba, había estudiado en París unos semestres para sacar su magíster en Filosofía, a su lado estaba Danniss, otro poeta un poco afeminado, moreno, y que tendía a utilizar la voz de manera larga y extendía las palabras dando la impresión que consumía marihuana u otros estupefacientes, llevaba un gorro estrambótico y los acompañaba una niña bastante hermosa, (debía se por su rareza) que era extranjera y venía desde Alemania llamada Rinches; No hablaban mucho y tomaban harto, Gorgona daba vueltas por la casa sin control, hablaba con todos, se sentía a gusto entre tanta gente, mientras yo me sentía realmente incómodo al lado de Lucio y Pilar, me moví silenciosamente hacia el patio, allí colgaban como luciérnagas unas ampolletas a punto de morir, afuera se encontraba un pequeño grupo de poetas un poco más viejos, que seguramente sentía en sus espaldas todavía el peso de la dictadura militar que azotó el país en aquellas épocas antes, incluso de mi nacimiento, escuché que hablaban de Revista literarias, me senté un poco cerca y traté de escuchar lo más posible.

-Siempre he querido que peleen pero es imposible, se tienen miedo entre ellos, así nunca van a afirmar sus estilos -decía un poeta, de pelo negro largo y con una calva que intentaba aflorar, tenía además una frondosa barba que le daba el aspecto de un sabio oriental.

- Hay que dejarlos, son jóvenes aún, en algún momento tendrán que afrontarse entre ellos, es cosa de esperar -dijo una poeta muy cauta y parca pero que expelía una gran simpatía y bondad, ella vestía de negro y su cabello del mismo color caía sobre sus hombros- ¿Cómo se llamaba esa revista que parece de Homosexuales?-preguntó.

-¿Tienes algo contra ellos?

-¿Contra los homosexuales o contra la revista?- Preguntó sin atisbos de ira.

-Contra los homosexuales- ratificó el sabio Oriental.

-No nada, tengo muchos amigos homosexuales, es sólo una forma de referirme, es que no puedo recordar el nombre, tú sabes tan bien como yo que llevamos años en este ambiente y las guerrillas son cosa de cada época, déjalos que vivan que sean lo que sean, total nadie es igual a otro.

- Ahh, Espera tengo un ejemplar en mi bolso -Dijo uno de ellos que vestía con jeans y un saco café, era alto y flaco, editor único de una revista que llevaba años editándose, se dio la vuelta hacia la casa a buscar, seguramente la revista.

Los otros dos siguieron hablando.

-Parece que va a venir la Guerra Carveja con sus discípulos -dijo él “sabio Oriental” con aires de insinuación.

Ella se quedó callada y fumó un poco más del cigarrillo liado que tenía en la mano, lo consumió y lo botó al suelo.

-Samael se demora un montón, parece que fue a Diagramar la Revista- dijo riéndose a carcajadas. (un tiempo después supe que eran hermanos)

Samael volvió con la revista y pidió disculpas porque se había quedado conversando con La Gorgona y otros dos “niños” (esa expresión la utilizó él)

-Se llama Reflujo, es bastante llamativa, pero el contenido es vacuo  -dijo ella, cuyo nombre todavía no averiguaba en mi fisgoneo.

-Clárese Contreras, ¿Cómo estás? -sonó una voz que venía desde atrás de ella, al instante reconocí a Guerra, ella que se vendía sistemáticamente al sistema capitalista y sonreí por dentro, otra más que intentaba hacer poesía, Lucio la detestaba, era el cliché de está mujer lo sicalíptico, lo que molestaba a todos, se inmiscuía en todos los eventos, en alguna oportunidad supe que ofrecía sexo, como pago por su popularidad, tenía dos libros publicados uno de poemas y otro de cuentos, se jactaba de eso, siempre hablaba de su revista literaria y de los jóvenes ingenuos que la seguían en un momento. Así estuvimos bajo el yugo de sus malignas intenciones, una noche se acostó conmigo, lo disfruté realmente, pues tenía un agujero bastante estrecho y gemía como loca, me excitó de tal manera que acabé dándole unas pocas embestidas, desde que salí de su casa nunca más me habló, al igual sus consortes cerraron sus labios. Me sentía a gusto, mi presencia allí la molestaría y si tomaba mucho terminaríamos o en la cama o peleando con escándalo y heridos. Que divertido -me dije- mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en mis manos, había un poco de frío y de...

-Ah, Hola, Guerra ¿Cómo estas? -dijo Clárese, los otros dos al instante se notaron nervioso y hablaron entre ellos algo ininteligible, luego le dijeron algo a Clárese y se adentraron en la casa, todo esto paso muy rápido.

- Bien, muy bien, todavía continúo con mi grupo de creación literaria.

- ¿Y aprendiste métrica?- ironicé desde el lugar en donde estaba sentado, me lanzó una mirada de ira y me levanté- tanto tiempo -le dije- pareciera que no querías encontrarte conmigo -y esbocé una pequeña sonrisa con los labios, siempre me había gustado crear atmósferas cerca de ella.

-Estabas aquí Adán, No, como se te ocurre, sólo que he estado un poco ocupada, me enfermé -en esta palabra Clárese dio una carcajada y dijo:

- ¿Qué no eras naturalista? ¿Cómo te enfermaste entonces? ¿Dónde quedó tu Cony Méndez?

- ¿Quién es Cony Méndez?- pregunté pues no lo sabía.

- Una escritora, que escribe de metafísica- contestó rápidamente Guerra.

- Una seudo-metafísica, permíteme decirte que es une tontera, sólo los zoquetes, ¿Creen en eso?

-Me insultas Clárese.

- Insulto a Cony Méndez-respondió.




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