ORIGEN DE LA PINTURA (Julian) (Los poetas grises)

Carta 3

No estaba en mis planes encontrarlo medio muerto, casi estallando en alcohol: “No hay problema -dijo” –dijo.
Todo pasaba así, era un orgullo que alguien como él fijara su atención en cosas tan banales. Su nombre, de casualidad llegó escrito en una servilleta de papel, llegó escrito con una caligrafía nerviosa de niño pequeño; tenía una camisa azul a cuadros y unos vaqueros holgados, su risa estaba en mi cabeza. Al principio en el medio del camino no hablamos, eran simples miradas de curiosidad. La playa era eterna.”
“Decía: “¿Por qué esa sonrisa de payaso? Estoy seguro que deseas morder la naranja podrida, ver cómo el vino se derrama cada tarde. ¡Mírame! espero verte destrozada, tu pantalón está de más, déjame ver tu verga, uhm, delicia, estos jugos que supura son tan salados y mi pasión aumenta por eso, he practicado, y si, mucho, mucho, introdúcela en la vasija humedecida…busca una estrella que señale caminos con agujas de plata”
Pasa su lengua por los labios saboreando los pensamientos que teje en un manto de incertidumbre. Está desquiciado y es para mí el afrodisiaco principal, aunque sus piernas y culo no están para nada desgastados, es lindo… quiere lluvia… busca orgasmos… Esta visita es plácida… noche a noche… Escuchando tras las puertas, las paredes, las conversaciones de personas perdidas en el vórtice de Los Arenales.
La casa estaba a oscuras, la última lámpara cerró su ojo hace diez minutos, pensé en quedarme en la cuneta hasta mañana y verlo salir, otra vez a estudiar. Él cree que también estudio, que leo sus cartas sentado en el baño mientras cago una avalancha de versos, él cree que uso chalecos azules y sweater amarillo.
Para muchos los ojos van representando el estado corporal. ¿Estás triste? No puedo moverme de la calle y el frío insiste con un palo en punzar mis costillas. No iré. Sus ojos parecían dos enormes rocas derretidas del Vesubio. ¿En ese último gesto de la ventana en el primer piso hubo una llamada? Ese golpeteo nervioso sobre el alfeizar de madera. En tu sensibilidad no está quedarse en el marco observando hacia fuera, entre árboles y arbustos al fauno que sabe tu nombre de niño inquieto: Julian. Me gusta pensar que viene del romano, que aún no usas la toga viril ni la praetexta. Pero ya veremos… La casa en oscuras refleja las cosas que sabe un hombre de una mujer, de la tierra no cultivada en la espalda de un hombre.
Te han dicho que la feminidad es riesgosa por la debilidad, pero mi lesbianismo es la masculinidad, lo sé bien, solo conversa de estos temas con almohadas celestiales, con los dedos resecos rasguñando el papel azul.
La puerta de la entrada está abierta, llevo un cuadro de Kandinsky, una fotografía de un cuadro de Kandinsky, un disturbio en la pared blanca. ¡Kandinsky! con lluvia de líneas, de ajedrez revuelto, de peyote en polvo lanzado al viento para perpetrar la adivinación. La escalera dispuesta a ser escenario de crímenes está justo debajo de la reproducción, ahí, de madera, en la noche irreconocible, no hay esperanza de un segundo lugar, arriba, en lo alto ¿Hablará Julian o ella, la que me invita a recorrer estos círculos? Julian siempre habla de su escalera, donde, según relató la primera vez que hablamos, folló con su hermano, su tío, su padre, su madre ¿Qué juego podría enseñarle? Tanta experiencia en alguien tan joven. Risas. El tempano oscuro, la francesa, la paraguaya, la samaritana, la flor de loto, el escape de atrás, la tortuga, el elefante, el helicóptero, et caetera.
“Búscame, penetra en la noche con tu mano blanquecina, saltaré de un lado a otro moviendo la cabeza, podía darte la espalda, que sobre la cama con tu mano izquierda tomes mi cabello y sudes como cerdo, que el agua hierva a los cero grados Celcius. ¿Conoces la presión osmótica? ¿La concentración que es igual a la cantidad de soluto dividida en la cantidad de solución? ¿Las flores crecen más allá de esta puerta?”
-¿Qué haces aquí?- preguntó Julian con los ojos legañosos al despertar
-Pensé que me dabas señales para llegar. No creo que Paulina se enoje por esta conversación, aunque yo sea, en este momento tu lado femenino.
Miró extrañando al visitante, esa vez en la playa logró memorizar cada parte de su cuerpo: los senos firmes y turgentes, la espalda curvada delineando el culo juguetón, los músculos derramando energía. “Hubiese -pensó días después- besado un pectoral, un cuello salino, un pezón erecto en mi lengua.” El agua trazaba un camino hasta el sendero anunciando su entrepierna, sus pupilas profundizaban en el pozo. Una búsqueda incesante de la melodía de las goteras. Y ahora estaba frente a él, el labio superior temblando para disimular su afección tomaba notoriedad, se acercó a la ventana y descorrió la cortina, afuera una vieja sin dientes le cantaba a un pájaro dormido, llevaba un abrigo café y el pelo sucio, enmarañado, sujeto con un alambre. “Es tan triste un cambio verdadero en las nociones de identidad”
-Tú eras el tipo enfermo que en la playa estuvo observándome cada cinco minutos. Fue divertido ese día, tenías mucha fuerza, lo reconozco, por eso no pude reducirte y aplicarte una llave de judo, si no fuera por Beatrice o Paulina nos hubiésemos matado. Las llaves de judo son fáciles pero tú eras como una rata escabulléndote.-
-No podía permitir que ese momento acabara así de rápido. Me excitaba.
Sentado junto a la mortaja del muerto vi su miembro tomar tamaño, pequeño aparato de recepción de ondas, estaba en la muerte, en cada célula, hasta en el filo de las mitocondrias.
Reía como un niño malcriado de sus jugarretas, de sus cuentos, escritos hace tiempo y hace tiempo olvidados…
-Me gusta, si, cambiarle el rostro al día. Unas veces negros, con gruesas matas de pelo y otras blancos, recuerdo a un primo, no te diré su nombre, es alto y de pelo castaño claro, muy, muy raro este primo mío. Mi madre organizó una fiesta y caminé por las calles de Los Arenales con él, éramos menores de edad, aprovechó su belleza para convencer a una mujer de aspecto lujurioso, (una mirada horrible de neurosis obsesiva por el pene) ella compró la cerveza, unas cuantas latas heladas; nos sentamos en un mirador mientras caía la copa de vino en el piso azul. Encaramados con un pie levantado, la rodilla cerca del pecho y otro pie colgando hacia el suelo.
-Creo que va a llover, ven, regresemos a casa – me dijo dulcemente.
-¿Por qué juegas así? me hablas con ese tono tan mimado, no sabes lo que haces, si tienes tus opciones no favorezcas las mías para divertirte.
-¡Pero si no conoces mis opciones! ¿Quién las dirá primero? ¿Sabes de qué hablo? dímelo, dime- le dije.
La mujer nos dejó solo pues entendía.
La lengua del hombre nunca se enredó tanto. Nuestras manos caían por las espaldas. Un buen primo, a decir verdad, un buen, buen amigo y él me hizo ver mi condición.”
“Es hermoso, si, ¿Y qué más podría hacer? Los negros son hermosos, va a llover”
Esta oscuridad se torna en sus rodillas, el vino corre como todos los años por las gargantas y los Valles. Girando sobre sí mismo en la cama cogió una botella entre las sábanas, era todo a un mismo ritmo, una de esas botellas baratas que deleitan por su ebriedad.
Un pájaro entró a la pieza y ambos empezaron a matarlo a puñetazos, luego, en el piso, con las alas quebradas lo aplastaron reiteradas veces, las tripas se diluyeron en la alfombra de la habitación.
-¿Recuerdas todo ese día en la playa?- pregunté
-Sí, maldito pájaro ensució mi zapato-le dije
-Estaba lleno de mierda, ese día, en la playa, conocí a un tal “pájaro” o como llamaban: Ageregeregogara.
-Ese weon es de cuidado- ironizó Julian- estuvo en una cárcel en Valponisto.
-Era muy amigo de los Grises- continuó sin inmutarse- apareció cuando éste se peleó con el Sr. Corchoeas porque el Marqués de Serena rompió la puerta de su casa, se sacó el pene en el living y arrojó una botella vacía de vino en la pared de un patio de cemento muy parecido al que Bolaño muestra en su cuento “gusano”; cuando se cayó en la ducha, vomitó en el piso y le insistió a la mujer de Corchoeas que debería mostrarle las piernas y su vagina para ver si se había depilado bien; El señor Corchoeas se enojó porque no detuvieron al Marqués, ni Sara, ni el pájaro. Se dispuso a no hablarles jamás en la vida. Después el señor Corchoeas fumó marihuana con Ageregeregogara cuyo nombre verdadero era “Aklitotzi- trane” (“Rayo de humo” en un idioma mosi- una antigua tribu de atacameños aymaras dedicados a la venta y cambio de la mentada hierba) Ageregeregogara tenía una extraña teoría sobre el a-consciente, pero no recuerdo, el caso es que volvieron a sonreírse, la música los unía- dijo a la par que limpiaba su zapato en la alfombra.
-No te preocupes, después va a venir la empleada, ya es temprano, debería llegar la muy puta.
-Ser homosexual y misógino no es una buena combinación, lo sabes ¿no?
-No soy misógino, es que ella trabaja de puta, es eso.
-Espero no verla.
-Bueno, bueno ¿homo o bi?
Guardó silencio, ya se imaginaba otra vez hablando de pintura, su favorito Odilon Redon con sus arañas y sombras, su pasión por los cuadros de Dalí. Una vez habló de su idea sobre él, pensaba que no existía y no era más que su parte femenina exteriorizada por Herman en un libro. Ideas de esquizofrénicos. Relató esta idea y sus pestañas bajaron. Soñó con un desierto repleto de basura y niebla que permitía ver una luz lejana, el último círculo inalcanzable, caminaba y caminaba para alcanzarla, obtener al fin la bilocación tan ansiada, sin embargo, no lograba llegar, un olor a océano, fresco, fue apareciendo y tras unas rocas la sábana negra se agitaba hasta formar espumosas almohadas, sobre la roca una mujer y un hombre de abrigo negro conversaban, la luz se acercó a ellos haciéndolos desaparecer. Sobre el mar un vapor emitía ruidos, un hombre se arrojó al mar y nada hacia la orilla. Despertó, no estaba.
Preparó sus cuadernos y el bolso verde para dirigirse a la universidad. El agua helada de la ducha. El café caliente. La calle húmeda. Una vieja dormía en la cuneta, sobresalía de su moño un alambre oxidado. Todos los días, las clases aburrían a los alumnos. El profesor de Filosofía gesticulaba por el dolor de su mano tullida, lo único divertido era esta especie de ironía sádica.
En la noche pasó por la botillería en la Avenida de las estatuas, compró una botella de vino cuyo precio era 2370 pesos, alcanzaba para cigarros y se compró dos cajetillas de Hilton blanco a 2000 pesos. En su viaje de vuelta a casa dos cosas llamaron su atención: primero un tipo con cara de pastero caminando sin rumbo fijo expeliendo miedo. Segundo, dos personas excavando en Cordobés con Cienfuegos.
Las noches de tantos días alejado de sus parientes lo embriagaban para poder soportar, el estudio lo abrumaba, los sueños, el caos repetitivo lo abrumaba. El alcohol era su sanación, una buena botella de 120 era el consuelo perfecto, con una cantidad desequilibrada caía en un estado de automatismo; muchas veces despertó en plazas públicas durmiendo “la mona”, después por facebook, veía fotografías tomadas por sus odiados compañeros de universidad (todo en un ánimo malévolo) No recordaba ya el rostro huesudo, no había fotografías, solo un boceto a medio terminar que intentó hacer y frustró sus ideas de ser pintor, al menos, puedo ser abstracto se objetó asimismo. El vino hizo efecto rápido (bebía una copa tras otra sin detenerse más que a encender un cigarrillo) angustiado desarmó su cama y vertió tinta en las sábanas, se desnudó y salió de la casa, en el antejardín miró su casa llena de agujeros, se dirigió a la bodega que tenía en la parte posterior, al volver derramó un líquido, encendió un fósforo y se fue. El humo dibujó con perfección su contorno.



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