EL DOBLE DE JULIAN (Por mi sombra se llega a tus propios ojos) (Los poetas grises)

Carta 8
La quemadura en su entrepierna no lo podía salvar, ser un eunuco de por vida. Los Grises eran culpables. YO era el culpable, susurraba desde las montañas de la locura con su cara de caballo picassiano. El alcohol era brutal y no podía negárselo, así que visitó días enteros gastando la fortuna de su madre muerta por sus manos.
Lo llamó una noche, la vio vestida elegante, de negro, un escote prominente, de labios rojos.
No podía suplir su parte viril perdida, de sorpresa ofreció darle un miembro de iguales características con la condición de matar a su padre. No aceptó. Ella se dio media vuelta y se fue surcando, volando libre en el surco. Llegado el tiempo logró vivir en el barrio de Montparnasse, desde allí escribía cartas a Herman a quien conoció una tarde en la plazoleta Dellayn’s, cruzaron un par de palabras, él recordó a Rose, el otro a Paulina. Estas misivas lo ayudaron a no caer en la desesperación. Hasta que leyó en el diario la muerte de ambos. Que Herman y Paulina se conocieran no lo sorprendió. Dos monedas reflejaron el fuego de su cara sobre sus ojos. El cadáver de esa casa en llamas era su negro esqueleto.




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