FORNICIO (Le diable) -Los poetas grises- fragmento

“Corría alejándome por el frío del Valle, en la noche de esa presencia buscaba iluminaciones para abrigarme del frío. Los hombres no hablaban más que para gruñir cuando el hambre desesperaba, gruñían y mordían, pirañas en un banco de sangre, fluían más y más de rincones imposibles de acertar. Julian envesado en otras memorias, en otros tiempos, cada vez era más difícil encontrarlo, los días pasaban, los meses, los años, los vestidos se arruinaron y las novias salían a las calles a conseguir leña. Supe al menos esa tarde que mi moral ya desaparecía por completo. Giraban las noches y los pasos, entonces decidí visitarlo después de conversar con ella de esa manera tan abrupta, venía desde lejos… conocía anécdotas y guarradas. Meditaba sin poder desclavar eso tan incómodo… y él sabía contarme siempre una historia atractiva… la meditación es un asco, un acto masturbatorio. Entonces leía de ese viaje: “Deliciosos días de calor pasamos ese Verano en Marruecos, invité a Herman por razones de comodidad, mi compañera de cama era algo recatada y por diversos amigos más una conversación con él demostraron sus tendencias liberales con el sexo. Hablaba un poco fuerte y movía sus manos como tentáculos o algas en un fondo de un río, en esa constante atención al movimiento de unas nalgas, el ángulo recto, obtuso (¡recto!) que dejaban las mujeres en su culo lo enloquecían, las miraba babeando, pensé entonces en que sería perfecto para mi compañera despejar su mente Kantiana, ella era rubia, teñida pero rubia, pequeña con unos grandes senos y un culo tambaleante que en un principio no me satisfacía pero después de esas vacaciones me obligó a rendirle honores tal como lo haría Pierre Loüys. Al ver las maletas de Herman me percaté que no llevaba ningún libro y toda su ropa estaba desordenada en su interior, un par de calcetas, una muñeca inflable, cosas estrictamente necesarias, al principio mi compañera estuvo muy interesada en la vida de Herman, la bohemia, sus amigotes, algo que llamaban “La Poesía Gris” de la cual lo único que se entendía era el nombre, tiempo después revisé unos textos de la revista “Escardo” donde se despotricaba contra esa declaración desordenada, lo descubrí en mis excavaciones en Egipto, justo en la colina debajo de un árbol después de hablar con un hijo de Ptah. Mi compañera gustaba de leer a mis contemporáneos tanto como yo y rara vez encontraba alguno que la motivara y este escritorzuelo, que para mi gusto era una copia fallida de Bukowski, la encandilaba con su grandilocuencia de orangután caliente, y esto era perfecto, a la llegada a Marruecos fuimos a “Le spagné” o “Le choise” unos hoteles de cadena francesa que tenían estupendas habitaciones a la orilla de la playa, una costa desvanecida por kilómetros y kilómetros. Mi habitación era una preciosura, las cortinas de lino y la vista hacia el mar inmejorable, abajo miles de turistas y marroquíes intercambiaban frases cortas de diccionario. Mi compañera se quedó en el bar del hotel con una cháchara de pájaro solitario torturando a Herman. Me duché y me masturbé con un poco de jabón líquido, al salir del baño y volver al bar ella comía un plátano mientras Herman bebía su copa. Esa noche no quiso follar conmigo y dormí tranquilamente hasta el otro día, solo unos ruidos en el pasillo incomodaron, pero luego se hizo el silencio absoluto; el día siguiente fue espléndido, fuimos a almorzar. Ella sonreía abiertamente a todo el mundo, el recepcionista ofrecía maneras de insultarlo, pero ella en su fascinación por las barbas largas y el materialismo, comprendía los errores. Justificando mi actitud hacia ella me dijo que cualquiera cometía un error, en respuesta le dije “con esa excusa cualquiera sería inocente” y me tocó la pierna por debajo del muslo, entre la silla y la pierna, aquí, tan fuerte que tengo marcas, intentó sacarme los pantalones, estas marcas las dejó ella con sed sanguinaria. Vi en esos ojos otra mirada, como si un demonio de la perversidad hubiese inundado su pulcritud, ya no era reservada y menos coqueta, confundida entre el machismo y la feminidad, los problemas edípicos los había resuelto y ahora era una pantera moviéndose como una sombra en la pared, su presencia era mortífera, sus formas de contestar cambiaron de manera abrupta, Beatrice –le dije– ¿Has visto a Herman? “¿Por qué debería haberlo visto?” “No, solo preguntaba” “Pregunta a quién estés seguro de obtener una respuesta, el resto es una estupidez” “¿Cómo cuales?” “Perder la respuesta por una mentira” “Eso es ética” “¡No! Es sexo” Después del almuerzo la llevé a mi habitación, nos desnudamos, me lanzó sobre la cama y se colocó encima de mis testículos, movió sus nalgas contra mi pene y se fue erectando hasta que se bañó en líquido vaginal, la penetró lentamente y cuando estuvo todo dentro arqueó la espalda y gimió como burra, la insulté, frases cariñosas como: “Te romperé el culo tres veces” o “¿escuchaste puta?” o “muévete paralítica de mierda” Obedeció cada orden, cada cosa que deseara estuvo a mi disposición, golpeé sus nalgas hasta que tuve sangre en las manos, mordí sus pezones y besé su cuello. Vi su ceguera terquedad en lo clásico, su efusivo sentimentalismo. Todo aquello terminado en el sexo, solo follar y comer pollas era todo lo que deseaba en sus secretos más íntimos. Al fin su mundo real estaba abierto, temí entonces que me engañara con Herman o Cabellos rizados Thomas pero supuse este no rompería su compromiso con la muerte y Herman, bueno, Herman nunca tuvo una mujer fija, solo una, según me contó el mismo, logró cautivar su sensaciones tenía un buen culo. Un excavador me dijo hace poco que Herman no mentía. Lo conoció en la Antártica. En la noche dormí tranquilamente después de tomarme unas copas con él, bordeamos la playa con unas botellas de cerveza caminando desde un bar costero hasta el hotel, las migajas de pan blanco en el cielo presagiaban cosas de dioses, nos sentamos en la arena y de sorpresa me entraron ganas de soñar, sabía que esa noche soñaría y Herman escuchó esa declaración entusiasmado. Él supuso un par de cosas de mi próximo sueño: habría una casa, una abuela desnuda, una mujer joven de senos pequeños, un perro con su pene rojo y erecto, otros elementos que no puedo contar y que me sorprendieron por lo acertado de su enumeración. Dormí. No prendí luces ni nada, recordé a Nietzsche que lloraba en Alemania en una cumbre de montaña junto a una gran roca, allí donde estuvo Biely según Vila-Matas, en esa roca, Silvaplana, si no me equivoco el sol lloraba escorpiones. Este último pensamiento cerró mis ojos, Beatrice dormía a mi lado con su carita de gata con frío. Las heladas nocturnas en Marruecos son terribles. En el sueño toda la calle estaba repleta de personas, pero no podría asegurar ver a una sola, no habían rostros ni bultos, espaldas, pelo, era imposible mirarlos, intentaba, intentaba como esto fuera necesario para respirar, me dirigía hacia una casa de putas con el pene erecto, en vano trataba de cubrir la impudicia pero solo podía correr y correr chocando los bultos, el líquido pre seminal caía al suelo dejando un débil hilillo en la acera; en una esquina me detuve y un perro a lo lejos con su pene erecto lamía el piso, de una casa de arquitectura inglesa salió una niña desnuda y pateó al perro, este salió chillando calle abajo, al verla acercarse fue delineando su figura como si una niebla atrapara mi ojo izquierdo y la vi tal como era: una vieja con un reloj en el cuello y alambre en su cabeza. Cuando desperté Beatrice no estaba. Sentí cierto rubor en las mejillas, me bañé y desayuné desnudo. Herman comía huevos revueltos con tostadas y hacía reír a una mujer, poeta santiaguina recién encontrada, cuyo apellido me sonó a Pizarro o Piansano. Tenía un tic de reírse cada cinco minutos cronometrados. Me senté a su lado, ella estaba vestida. Al terminar de comer mi costillar de cerdo subí a mi cuarto a vestirme; Beatrice se masturbaba sobre la cama, la miré de reojo y le dije “Herman se va hoy, quedamos solos. ” Soltó un verso que agitaba su lengua cuando se corría: “muerde mi lengua de espina mortífera” Y follamos toda la tarde, la noche y la mañana siguiente. Cuando llegó el mediodía, encontré una nota de ella que decía “La medianoche es también mi mediodía” Así conocí a Herman, luego me fui a Egipto.””



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