FERDINANDA DE SARCIES. EL DOBLE AUTOAMORÍO. (Los poetas grises)

 “No es para nada espectacular el modo de vida que llevaban esos seres, nunca me refiero a ellos con su verdadero nombre, llevaban la disipación de los placeres al máximo, si bien Herman recurría siempre a la misma cita de Blake sobre el exceso que está en “Las bodas del cielo y el infierno” Yo, que soy más recatado en este tipo de asuntos rechazaba la máxima con una cita de San Agustín, el muy retorcido utilizó a Agustín y lo transformó en un “ser perverso” Tengo una copia de la segunda parte de aquel cuento escrito por Herman. Colecciono pornografía de mi carne sobre fuego, penes y vaginas libres de su enfermiza acción moralizante. “Durante mucho tiempo la idea del suicidio se hizo evidente en mí, pasaba largas horas caminando por la playa a oscuras, ya que tenía una casita muy cerca y que evidenciaba cierto cuento de Lovecraft. Pero en las noches de luna llena, el frío atroz del mar me impedía salir. Vivía solo y una señora me traía la comida con la cual pasaba el mes. No era pobre ni rico, como la mayoría de las personas de este país, mantenía mi cuerpo en funcionamiento orgánico gracias al dinero que recibía por escribir cuentos eróticos y pasar manuscritos a computador, manuscritos de monjes y sacerdotes. Tenía una fascinación con los placeres y el ascetismo. El primero con el cual tuve relaciones fue Herman, era moreno y tenía el cabello negro y duro, olía a rayos, llegó a mi casa, según me dijo buscaba a Marcelo Proude, el célebre escritor de relatos eróticos. Ese era precisamente mi seudónimo, pero no quise declarárselo al momento. Muchas personas intentaban buscarme para mantener relaciones sexuales, motivados por la curiosidad y una lujuria desmedida, no puedo negar que interactué con sus intenciones un par de veces, muchachos escolares y muchachitas, algunas prostitutas insaciables a las cuales Herman llamó más tarde “Mesalina” o “Gorgona”, sus cabezas de serpiente le producían un miedo atroz; permití que este extraño mestizo me hablara de Marcel… le produjo una extraña atracción aquel hombre que alejado de las formas convencionales del relato erótico se atrevía a formar la “zoofiliaantropomórficanecrofílica” o “Necrozoofilia” exactamente mis cuentos no eran típicos de una revista pornográfica en un afán por demostrar un cambio inventé las tramas más descabelladas que las del Marqués de Sade, en aquellos días no tenía la mayor idea del movimiento cultural que se daba en Los Arenales, la cual no visitaba y mi único contacto con la sociedad era la viejita con el alambre en el pelo, y era ella quien iba y venía con mis escritos para entregarlos a sus destinatarios. Fue un acierto no decirle que era yo. Estuvo en la pequeña terraza que tenía, le ofrecí una botella de vino y aceptó gustoso la invitación, supuestamente esperaba que llegara Marcelo, sin saber que estaba a su lado, fue un acierto porque él ya sabía que era yo, cosa que hizo notar pasadas unas horas de conversación, no es menester relatar esas palabras, por lo demás tediosas si aquellos temas no interesan. Recuerdo sí, sus manos nerviosas que siempre tenían que estar en movimiento, hojeando libros, en las rodillas, sobre la mesa, en la baranda de madera, manoseó cada cosa que estaba a su alcance, cuando hablaba una mueca surcaba su rostro “como bárbaros Atilas” dijo Vallejo. Las orejas eran pequeñas, pero navegaba en el mar de su rostro una isla enorme que era su nariz, muy apropiada según me contó para consumir cocaína y (cosa extraña) peyote en polvo. Lo secaba durante un tiempo y luego lo hacía polvo en un mortero... Era un niño desconfiado y paranoico, me gustaría poder conversar con él otra vez pero perdí contacto después de los problemas que tuvimos... sostuvo ese día el cigarro con la mano izquierda porque según dice la tradición de los sioux (indios americanos) fumar se debe hacer con el corazón, no es una simple parafernalia estúpida como todos lo hacen ¡no! era un ritual y él lo respetaba tanto como beber, muchas personas critican a Herman por su adicción al alcohol, a Cundela por su afección a la marihuana y a Sanpa Divina por su obsesión por las carteras, pero son rituales llenos de hermosa Poesía, de asquerosas y humildes tradiciones de los poetas benditos, si, benditos, dije, porque las nociones de belleza y malditismo no son tales, ¿qué es el malditismo? ¡Ja! Idiotas son los que piensan en aquellos, solo son bendiciones, poetas benditos y no Grises, ser Gris era una tentación a recorrer el camino del suicidio no suicidándose, prepararse para ese ritual mágico, sé, y Herman siempre explicaba, que la sociedad está motivada por los mitos y su fundamento, trágico por lo demás, es la falsedad de cualquier tipo de creencia en la existencia. La vida no es una manifestación de existencia. “La verdad es que no existimos” me decía y bajaba la cabeza mientras miraba hacia el mar, buscando, seguramente una respuesta en los dibujos del aire en la arena, un insólito brillo, aunque sea un cliché, aparecía en sus ojos. Pude ver más allá de él, de la historia colectiva que lo había formado. Su bolso negro, roído y sin cierres, apestoso, pero con la extraña cualidad de vivir, lleno de libros, me hizo saber que era un real escritor, no un fantoche, estaba viviendo su realidad, mitificándose en su propia verdad. “Los mitos son falsos pero no menos verdaderos, Marcelo...” “averiguaste mi nombre” le dije, y me observó en silencio, colocó su bolso entre las piernas y sacó la revista pornográfica del mes. “Tu texto me provocó una erección y pensé que era necesario conocerte, eres un digno hijo de los poetas Grises” “¿Qué es eso?” le pregunté “Nada”... ¡Tan bellos como Beatrice, pero no se limitan a existir, sino quieren querer siempre más! ¡AHHHHH! Herman, Herman, Herman.... No puedo continuar, es inútil tratar de comprender las relaciones entre un ser humano y sus sueños ¿Qué sueños podría albergar Herman si era un maldito desalmado que se entristecía con pequeñeces como una cucaracha aplastada por una roca? Esa tarde me habló de que la perfección que buscaba en sus poemas era la simplicidad de una flor flotando en un estanque, “Eso simplemente, me decía, es todo lo que llevo dentro: una flor en el pecho” y estuvo varios días esa flor creciendo cerca del mar. Hablamos hasta por los codos, días enteros salía de la casa y paseaba por la playa, regresaba por la tarde y traía maderos húmedos que empezaba a tallar, yo tenía esa manía y muchas veces hice pipas con ellos, él solo conseguía hacer horribles girasoles y por más que intentaba solo le salían los mismos girasoles ennegrecidos por el limo marino. Fueron días de intensa creación, él insistía en llevarme a la ciudad y que conociera al resto de los poetas Grises, pero pasó mucho hasta que accedí, sin embargo, no quise acercarme nunca más a ellos ya que podría volverme enfermo entre tanta desfachatez y cirrosis, claro, ictericia. El Marqués de Serena comprendía mis deleites carnales, Sanpa Divina era un sibarita aprisionado por el sol patriarcal, es decir, buscaba su SOGOL. Paulina me causó envidia, era tan parecida a mí, y sentía celos de su relación con Herman, el desquiciado me sorprendió por la violencia que tenía, pero Herman era mi centro creativo, esa cucaracha no servía más que para llorar y producir mocos. ¿Cuál era mi aflicción a condenar mi amor por su mente? No era su cuerpo envuelto en el hedor del alcohol, era el ocaso de sus palabras al caer las tardes cuando me tomaba de la mano y la sostenía junto a su pecho donde una fogata incendiaba el mar que pretendía salir de ahí. No amaba su cuerpo, no era homosexual, era el ambiente que forjaba con su presencia más allá, más acá, las rosas blancas en el jardín que una vez aparecieron mordidas por Jodorowsky, Herman lo persiguió por toda la playa hasta que Jodorowsky se internó en un bosque de cemento y desapareció, creo que abusó de la psicomagia. Eran grandes rivales, por un lado Jodorowsky intervenía la mente de los pacientes con el misticismo logrando llevarlos a una lógica desmedida, pero algunos intervenían la propia intervención para provocar la desmesura de la ilogicidad. La llamada Antipsiquiatría. Carácter indiscutible de cada uno. Paulina era una asquerosa perra que mordía el hueso que yo quería para mí, en cierto modo todos los comportamientos humanos son una mitificación de la animalidad de la consciencia develada. No se entiende, Herman me entendería. ¿Y si era un vacío el que conocí en sus pasos? No hay forma que se apropie la figura de Herman o Cundela sin haberlos conocidos, hay unos libros que escribió Cabellos rizados Thomas que dan una aproximación bastante buena, pero, cosa que Herman decía “Nada podrá repetir mis frases con mayor precisión que los poemas, el resto del baile es una canción lujosa” solo se podría ver una serie de huellas en un banco de arena formando rostros desfigurados. Había momentos en que la melancolía entraba por la terraza en forma de viento y me hablaba del amor que sentía por Paulina, Nessun maggior dolore/che ricordarsi del tempo felice/nella miseria? Yo descorazonado lo escuchaba y no soportaba ese nombre pronunciado por sus labios, solo lo vi llorar en una de esas ocasiones y un rictus aparecía en su labio superior, un tic que intentaba ocultar pero su cuerpo lo hacía evidente. Era verdad, yo lo amaba, no había solución pero lo odiaba cuando la maldita perra de Paulina se internaba en su cerebro. Su mano en mi pecho, en el de él... Una vez prendimos un par de velas y recitamos, por el frío nos arropamos con una manta... me leyó en voz alta y atronadora como si los truenos de una tormenta estuviera a punto de estallar en su cuerpo. ¡Ah el cuerpo que tanto odiaba pero que inevitablemente era atractivo para todo tipo de personas! En su fascinación vio como agotado se desvanecía y se deslizaba, tal poema de Bukowski, ya no recuerdo el nombre. Cierto día, al despertar entre unos vasos de vino apareados con moscas abrí los ojos y estaba mirándome dormir, allí rígido con una sonrisa.

-Miré como pronunciabas mi nombre entre sueños –me dijo.-

-No, no lo recuerdo –le dije tratando de ocultar la erección que el sueño había provocado en mi entrepierna.- La manta dejó mucho que mirar.

-No te preocupes, esto es fácil, ¿Crees que hay algo mal en tus impulsos? 

-¿Qué quieres decir?-le pregunté temeroso de la respuesta que podría darme.- 

-No siento las mismas cosas que tú, es tu decisión, tu problema no debería importarme sin embargo estoy dentro del asunto. Dime.

-No tengo nada que decir.- 

-¡Me nombrabas en sueños Marcelo! ¿Qué soñaste? 

-Nada que pueda importarte-dije intentando desviar el tema.- 

-No cambies el tema, ¿Qué soñaste? –Me preguntó riendo.- 

-No te rías, ya no sé... –Guardé silencio y él miró seriamente–

Estoy apesadumbrado –dije finalmente.- -Sabes tan bien como yo que estás enamorado de mí –al escuchar ésta frase, no resistí y me puse a llorar como una fuente de eterna vejez.-

 -¡Maldito! ¿Qué me hiciste? ¿Por qué yo y no otro? ¿Acaso no tienes suficiente con tu sufrimiento? Siempre has querido más, esto es todo Herman, ¡Todo! Me hiciste llorar, sé que no me respondes con tus sentimientos, hasta hay días que pienso que eres frío como un témpano.

-Témpano oscuro, mmmm –acotó.- 

-¡Basta de versos weones! Siempre eres así, no te interesan las emociones que pueden provocar, ni en tu Poesía puedes tener piedad de hacer llorar a la gente ¡¿Qué buscas?! ¿Por qué no te vas y me dejas? No quiero verte más ¡ándate! ¿Me escuchas? ¡Ándate! Ya no te necesito –le dije combinando lágrimas y uno que otro libro le arrojé a la cabeza, él cogió uno y lo empezó a morder, sacó las hojas y se las comió. Yo estaba atónito, cuando terminó se acercó a la puerta de la salida y dio media vuelta, solo vi su sombra contra la luz, no era nada más que un péndulo viviente, había estado en tantas partes viviendo y se alejaba, yo lo conocí más que nadie, más que Paulina y él mismo, más que Michael, más que Cundela o Clarise, más que cualquiera de los idiotas que frecuentaba y él me rechazaba de esta manera, escupiendo cada sentimiento o fogata que abrigaba en interior era un monstruo, ¡sí! Pero yo no era menos monstruoso. Era la Virgen loca, Mardou enajenada. ¿Y qué podría hacer más que lanzarme y abrazar su espalda llorando como una puta? Él se quedó quieto, y después habló:

 -¿No querías que me fuera?

 -¡No puedo, no puedo dejarte ir así! 

-Sabes que no puedo corresponderte. Se dio vuelta y me vio frente a frente, con una de sus manos acarició mi cabeza y acercó la suya, deslizó sus dedos por mi pelo y acercó con violencia la mía, así estuvimos, él sin mover ni pestañear -Estamos solos pero no es suficiente, hay más, más... 

Esa fue la conversación, luego escuchamos unos ladridos y vimos una jauría de perros haciendo agujeros en la arena, él se fue saltando y riendo hasta ellos y comenzó a escarbar en la arena con pretensión esquizofrénica. Desde lejos veía sus manos internarse en la arena que en esas horas estaba tibia. Creí ver mi cuerpo expandido en toda la extensión de la playa y él tratando de encontrar algún tipo de verdad. Como San Agustín intentaba mover el mar con una cuchara. ¡Es idiota lo sé! Podría parecer una fanfarronería de su parte ¡Escarbar con los perros! Pese a ello era un acto de vida incalculable. Ahora rememoro esas impresiones, tan frescas, tan negras y húmedas... Yo no lo amaba tanto como para que él me amara. Días después le dije que yo era una mujer, le conté porque me disfrazaba y que nunca había querido ser una, necesitaba ser un hombre para comprobar la fuerza, que detestaba a mi padre y amaba a mi madre, que el lesbianismo había consumido mi vida desde pequeño. Me respondió con una bofetada y una frase que hasta el día de hoy no puedo comprender, quizás mi vida está basada en la imposibilidad que tengo al tratar de conseguir cosas. La frase por supuesto no la puedo pronunciar... Mi Raskolnikov freudiano no soportó mucho tiempo cerca de mí, yo era una mujer desolada y controladora, le dije que no hablara más de Paulina, creí tener el poder de exigirle cosas, traté de controlar sus impulsos, no podía vivir con él en esas condiciones, si bien me ayudaba escribiendo relatos pornográficos a veces tenía ideas descabelladas como obligarme a desnudarme frente a él para que escribiera sus cuentos, otros días se quedaba en silencio durante horas y no contestaba mis preguntas, vertía huevo crudo en su café, tenía desordenada la casa con sus papeles y libros ¡Hasta en el baño! Había convertido mi lugar en un chiquero, destruyó los espejos y para peinarse usaba ramas de árboles mirándose en el mar. Días enteros desaparecido y yo preocupado hasta el extremo de llorar pensando que se había suicidado o que alguien lo había matado para robarle su genio. Tenía muchos enemigos en la ciudad que lo buscaban para matarlo. Yo nunca supe qué era verlo desnudo, ¡Y él se esforzaba en desnudarme! Estaba cansada de sus jugarretas y un par de veces intenté besarlo, y se revelaba con una bofetada, luego yo sollozos y palabrotas. ¡Pero si soy mujer! decía y respondía: ¡No eres mujer Marcelo!, ¡Si, lo soy, tengo vagina ¿No la ves?! ¡No eres mujer Marcelo, basta! Y ¡plaf! quedaba estampada una garra en la mejilla. Salía durante horas por las noches, llegaba a comer, dirigía un par de palabras y desaparecía, en ese tiempo sentía el frío de las sábanas más pesado que el sueño en mis párpados. Con mis dedos húmedos buscaba consuelo. H:a:s:t:a: q:u:e: s:u:c:e:d:i:ó:,: :l:l:e:g:ó: :b:o:r:r:a:c:h:o: :d:e:s:p:u:é:s: :d:e: :h:a:b:e:r: :e:s:t:a:d:o: :c:o:n: :l:a: :p:e:r:r:a: :e:s:a:, :e:n:t:r:ó: :d:e:s:p:a:c:i:o: :y: :s:e: :d:i:r:i:gi:ó: :a: :m:i: :i:m:p:r:o:v:is:a:d:a: :c:a:m:a:,: :m:e: :s:a:c:u:d:i:ó: :y: :m:e: :d:i:j:o:

-Me voy, ya no tengo nada que hacer aquí, ya estás listo para continuar con lo que debas hacer, espero encontrarte alguna vez, me he dedicado a borrar toda huella que haya de mi en ti...deberías agradecerlo. 

-¡Eres un idiota, ándate, no vuelvas! ¡ pensaba que tu Poesía era algo maravilloso! Ahora veo que no eres más que un borracho malcriado que no sabe nada de las cosas que hace, ¡Y piensas vivir! ¡ja! No tienes idea que es aquello que quieres –le respondí enojada.- 

-¡Marcelo eres tan ingenuo! Tuve que eliminarte y mira quien ha nacido ahora, lo hice por tu bien, toda esa parafernalia, toda esa locura, es lo mismo que ofrezco a la vida, las máscaras-me respondió sonriendo, y juro que vi una rata blanca colgando de su mejilla.- 

-¡Con tus palabrerías baratas no conseguirás probarme otra vez!- y lo empujé hasta la entrada y tiré sus cosas en la arena. Estuvo allí durante unos minutos, lo miré por la ventana y se fue con esa maleta negra de cuero que brillaba bajo la lápida de plata y nunca dio vuelta su cabeza, aún hoy espero que observe mi espera en estas puertas. Pero la humanidad está perdida. Simplemente no le hemos ganado a nadie. El único poder está vivo.




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