Bilocación de una mujer (3) -LOS POETAS GRISES- fragmento

En la sala de espera, antes de ser asignada una habitación puedes sentarte en unos sillones mullidos, aquí tú decides; unos acondicionados con un pene hecho de madera y otros de agua o aire, ya no recuerdo, imitando una vagina, la abertura adornada con un clítoris. (Aparatos anatómicamente correctos) La variedad era inmensa: un catálogo de látigos y sotas, una revista “Escardo”, una “Muss y arañas” , consoladores, vibradores, anillos anti-eyaculación, máquinas de orgasmos extendidos (Paulina –me contó ese Herman– inventó esta máquina en base a pulsaciones electromagnéticas, su uso fue calificado de adictivo), etc. Sonreí, no todo tiene relación con el sexo. Elegí una rubia despampanante justo tras el vidrio de Herman, presencié toda la asquerosa cópula. El traje verde se rasgó dejando el blanco pecho al descubierto. Una vez despierta después de lavarme los dientes salí a comprar el diario “El día”, uno de mis favoritos, (el “The Clinic” es divertido pero no regional) en sus páginas encontré un artículo de un tal Michael Thomas sobre sus pareceres de la Poesía Regional.

“La ciudad de Los Arenales alberga un montón de huesos roídos por el tiempo, que se dedican a cultivar la Poesía de escritorio, casos como el de Walter Hoefler, son sin duda el fiel reflejo del temor, escabulléndose por miedo lo vi en la Avenida meándose cuando me acerqué a él para darle un ejemplar de la bonita revista Cíclope El caso es que vi en este poeta bicentenario el hedor, la podredumbre de los dientes no acostumbrados a una verdadera sensación poética, una angosta faja de tierra. Por ejemplo, los ojos vidriosos, las manos temblorosas, las prendas sudorosas, una gota de sudor cayendo por el bigotito teñido por la blanca vejez. Hay otras como el grupo Terral, viejas burguesas que se dedican a escribir con una idiotez desmedida (no haré análisis, aquí solo pretendo una crónica de los activos poéticos actuales) con sus pelucas rebosantes de piojos (remordimientos) el tinte para parecer más jóvenes, laca, estuco, feos labios arrugados como las perlas arcaicas de sus abuelas (Eva quizás) puedes encontrarlas en los cafés del centro de Los Arenales conversando sobre sus hijas, que si ya las penetraron o no, que si ya se masturba su adolescente bajo sus faldas o no, que si Cundela insultó a Mondaca o no, que si el tal Herman se culió a Carol o no, que si la mujer de la iglesia sigue acostándose como una ballena en las piernas de Pelito C. C. Una tal Benz ni siquiera sabe lo que son los limericks. Hablan y hablan mientras el anciano con su bastón mugriento en la esquina de Cienfuegos se quema en el sol de la avaricia por conseguir más soles, más soles y convertirlos en algo comestible, al menos por un día, para sobrevivir, pero en él, es sus ojos se puede reflejar a esos poetas tan sinceros como ese que parece murciélago y escribe sobre el pobre vago, el alcohólico, el lisiado, el senil. VEMOS EN OTROS LO QUE NO VEMOS EN NOSOTROS, porque no hay tal asco en nosotros. Veía a los poetas pasar hambre, comiendo galletitas de salvado, vino en forma de sangría, pan duro y delicado, a los verdaderos poetas con la humildad en la palma, pero las viejas estúpidas se dedicaban a escribir, a ganar proyectos a alisar sus arrugas con aplanadoras industriales subvencionadas por el gobierno (y los otros se comían las uñas cagados de miedos por tener un principio o un fin- salvados. Perdidos por el amor) ellas robaban aprovechando que los poetas eran imbéciles y hacer un proyecto era tan lejano como pedir un poco de cultura a esas perras simplonas sin dientes.”



 

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