1 (Exclusa - Los poetas grises)

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El maldito espárrago se quedaba cogido en la comisura del labio de mi pantalón, eso era siempre así cuando la pelliza azul se enredaba entre cada uno de mis dedos como si la lana estuviera serpenteando en el aire y cayera súbitamente en el piso. Ella estaba preparando su bolso donde yo pensaba poner mi carne caliente durante algunos instantes, siempre aparece ella: la dama roja con sus dientes invernales. En el campo de ajedrez, disuelta en su lodo. No es necesario, en todo caso, recordar esa mañana con más deseos. Fuera de la casa, en las noticias, se hablaban de unas mujeres suicidas que imitaron un cometa desde un quinto piso. Escuché solo eso pues la pared de mi vecino es tan alta como un puente. Recuerdo ese texto de Kafka con sus puertas cerradas hasta el final. Nunca he visto a mi vecino, yo, en fin... no salgo a la calle, no duermo durante días y mis ojos sangran sueños mientras estoy despierto, o al menos eso creo. Asuntos más importantes me tienen escribiendo, una confesión extraña de mi vida. Es solo algo pequeño, insignificante para muchos. Cuando miré por la ventana vi mi propio reflejo caminando por la calle, desde ese momento no pienso salir de aquí, no es que tenga miedo, es que las nubes son tan oscuras en el cielo y hace frío en las llanuras, pienso entonces en las piedras, es eso, la materia circundante, todo eso embalsamado hasta la eternidad, formándose y deformándose como lana disuelta en la palma de la mano, serpenteando como agua entre los dedos, así como mi hermano mostrándome su mano ondeante bajo el árbol donde jugábamos a pegarnos el estómago uno contra otro. Otra cosa es el temor que tengo a destriparme y que líquido negro cubra todos los papeles en blanco que tengo guardados para dar más confesiones de mi estado enfermizo, sé que nada pasa, todo vuelve a caer en formas diferentes. Por eso Bregas se reía de las posibilidades de un texto, en ese poema terminado en "debemos destruir todas las imposibilidades" Un poco cristiano o nihilista, no lo sé bien, ya que no hablé tanto con él, éramos de mundos diferentes y toda nuestra relación se reducía a un intercambio de cartas imbéciles donde su paranoia infectaba más la mía, con miles de moscas supurando desde la herida del pesimismo acumulado. Era el hombre más feliz espiando los secretos de todas las personas solo viendo lana correr desmedida por mis dedos, pensando que la cabeza de dios serviría de trofeo elegante en mí comedor todo por el dinero. Podría conseguirla a algunos de los burreros que me suministran droga de vez en cuando, siempre, siempre llegan a mi puerta sabiendo que compras y vives enlodado hasta las rodillas en paraguas, es por eso que la proporción de los vicios divinos o elevados depende del dinero, todo se conecta en esa dependencia. ¿Vivir o morir? es una pregunta sin sentido, si puedes estar drogado todo el día. (¿Por qué no hacerlo? Las hojas te llevan a lugares imposibles, en su vuelo das vueltas y vueltas en las cascadas de un aire en el invierno pegajoso) Mi confesión no es tal, la verdad estaba siempre conmigo, no puedo, ni hoy, sacar de mis tripas el anillo que entró por mi boca, tal un ano, y murmuró dentro "HIJO DE LA GRAN POLLA" y es por culpa de esos personajes de Bregas que me di un colocón (viaje de yesca) de aquellos y mi cerebro explosionó en cráteres multicolores de mariposas rasantes y con babas como estalactitas royendo mis cartílagos y lóbulos. Mi casa es un lugar excepcional, pasan los asuntos más disparatados, mi estómago grita sobre darle comida o algo así, estuve masticando la pipa de opio junto a un volumen de las obras completas de Hamsun, robado por un gentil doble que tengo adiestrado. Hacer a estos seres serviles era fácil, Herman enviaba cada dos por tres días, unas cartas rellenas de información sobre la magia oscurantista de Praga, referencias a cuentos maléficos, como ese "Maleficio" de Crayencour. Todos esos criptogramas cifrados en las palabras de una correspondencia que era más bien una carta completa y en blanco, alguna tarde caía en la idea que Herman nunca enviaba las cartas y con la persona que mantenía este contacto era con el sicópata, el asesino de las tres lesbianas estúpidas, que abrieron sus alas por una broma de "Sus cuerpos están repletos de lirios volátiles". Otra vez El DOBLE, ese humanoide creado en busca de la evolución de la especie. Sabía que los restos de semen encontrados en las manos de ellas debían ser de sus burlas y un bukkake extremo en dientes y lengua. Así, los poemas, se hacían realidad. Esos asuntos con la soledad eran diferentes para mí, en diversos aspectos, por una parte Nietzsche era un culto diario, antes de acostarme y antes de levantarme, un aforismo recalcitrante consumido por el humo del cigarrillo. Tengo esas cartas llenas de cenizas y a su lado coloqué el anillo que luego entró a mis intestinos y después de un purgante salió expelido por el tracto, ahí estaba la argolla brillando intacta en la mierda, la recogí entre los dedos y la coloqué en mi espárrago negro, vibrante, donde la sangre da vueltas y vueltas como la máquina de diálisis, magnetismo a la sangre, intravenoso. Ella podía sonreír desde la caverna donde se ocultaba a mis miradas exultantes, podía seguir el ritmo de su piel desde los recodos de algunas islas lejanas, lugares que ella visitaba y traían por las noches en los sueños con el olor de exóticos bosques ora el Aokigahara ora el interín de la Antártica, con un manto de gruesa espuma absorbida en la arena, era ella la derrota que vi alzarse con su bandera victoriosa de carne azul, la trece veces vuelta tras el sol negro. Algunas de las fotografías suyas colgaban en mi pared, las mordía en los bordes, las juntaba como un test de Rorschard, imprimía mis huellas con tinta en sus rostros y volvía a doblarlas, tanto como si fueran sus pechos los que lamía con intensidad. Todo cambió con el aire enredándose en mis dedos y la tranquilidad de una masturbación solitaria. ¿Quién si yo gritara me escucharía, si gritara más fuerte, si gritara de placer con un prepucio negro, destrozado, si llorara entre las ruinas? Todo cambia si dos manchas, dos nubes, se juntan bajo la lluvia. Espero en ella mi disolución total.

(Los poetas grises)


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