La vuelta de Marruecos (del libro: Los poetas grises)
LA
VUELTA DE MARRUECOS
(Beatrice
Jorges) L’ hermite
Estuve
en los inicios de la revista “Escardo” publicando uno que otro poema o cuento,
durante un tiempo fue furor el cuento: “El heredero” era muy pequeña y temía de
Herman, de sus palabras incendiadas de ideas maniáticas, como beber gasolina y
prenderse fuego, siempre quiso hacerlo, siempre... No sé de qué forma llegó a
escribir, eso era un completo misterio, cada vez que lo veía me hablaba de
literatura y nada más que eso, en cierto modo era terrible no ver detrás de la
máscara de palabras que luchaban para expresarse, aún en su extraño
comportamiento. Él me presentó a varios escritores, una vez llegó a mi casa con
Zagajewski, un ucraniano que había estudiado psicología y filosofía en la universidad
de Cracovia. Era muy amable, hablaba con él de manera suave y depositaba sus
manos en los bolsillos como en una constate búsqueda de algo, les serví un poco
de té con limón a cada uno y conversamos sobre “Mi maestro” todos saben que mi
maestro es “Jorquito el ciego” luego Adam (que era el nombre del ucraniano) me
recitó unos versos de su libro, días después busqué desesperada entre las
fieras librerías de Los Arenales, el libro era “El cometa en el desierto”: “Ciudades atroces, hoy veo su esqueleto, Veo
sus carnes moverse sin detenerse Un tren de rostros vertidos en el viento. Las
cosechas crecen fuera del cuerpo ¡Oh, ciudades atroces! Puedo ver el verso que
encanta a los poetas Ese verso sin palabras que llevo Oculto en los bolsillos.
Uno o dos amores olvidados Ya no sé, uno o dos poemas recordados y el círculo
de la soga flota como un globo sin serlo.” Él hizo un guiño molesto con su
cara y buscó en su bolso negro, un bolso negro indispensable, sacó un pequeño
cuaderno verde y se permitió leer, con un tono de ofensa para el pobre y viejo
Adam: “No hay un silencio en la sangre,
Aunque las niñas oren sin sus miembros bajo la orina de sus padres. No hay un
silencio en la sangre Ni mucho menos en la ciudad con espadas saliendo de las
armas y la sangre, la sangre, los despojos que llevo en la soga que son más que
yo y mi suicidio.” Al ver que estaban un poco incómodos, traté de desviar
la conversación hacia planos más seguros, Adam me siguió al instante, aun
siendo un psicólogo no pudo ver que la primera persona que cambia la
conversación da un signo de su miedo ante la otra persona. Recuerdo que hablé
de Ernesto Sábato diciendo algo así:
- Sábato tiene una precisión en los
personajes, es un pozo sin fondo del cual se pueden originar más personajes y
muchos más, yo he revisado cada uno de sus libros de narrativa y ensayos, habla
muy bien de “Jorquito el ciego”, creo que se conocieron – ahora estoy segura
que se conocieron– dice que hay un “Jorquito” sentimental apresado por sus
deficiencias físicas que buscaba el orden en sus textos, por ejemplo, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius ordena el
mundo ¡Y aparece algo aún más desastroso! Esa gama de doctrinas combinadas es
un caos tremendo, allí pensé que quizás el hombre ve las cosas en desorden,
pero ella, fuera de las percepciones, es ordenada y limpia. Sin embargo –me
dijo Adam– no podemos salir de las impresiones propias de ser humano, no
sabemos de qué otra forma se puede dar el orden, por lo tanto, si desordenamos
para tratar de entender quiere decir que ordenamos solo para nosotros, y eso
está bien.
Solo
escuchaba, tomó un sorbo de té y dijo algo que impresionó a Adam y a mí:
-
No sé de qué están hablando, pero parecen tonterías. Tú eres un signo, nada
más, estudiaste hasta el cansancio y lo único que logras es alejarte de la
Poesía, lo único que nos salva. No hay cosas que ordenar, la simple vida es
suficiente, hacer o ver algo, escuchar, disfrutar los sentidos no con ánimo de
placer ¿ordenar? ¿En base a qué desordenan las cosas? el tiempo es corto, vago
como un pez perdido en el mar.-
-¿No
puedes hablar si no es con alegorías o metáforas? –le preguntó Adam.-
-No
sé cómo se realiza eso –le contestó.-
-Te
refugias entonces en tu ignorancia –
Él
hizo un desprecio con la taza entre las manos, bebió y la dejó.-
Miró
y le dio un golpe en la cara, las tazas cayeron al piso como recordando un
verso de Panero hijo, el té manchó el mantel floreado, como una sangre espesa y
negra. Adam se levantó del piso, levantó la silla caída y se arrojó al cuerpo
esquelético, empezaron a forcejear y los golpes flotaban en el ambiente, unas
patadas y un mordisco dejaron a Adam inconsciente en el suelo, él sacó un
cuchillo y le hizo unos cortes en la cara, lamió el filo con sangre. Me dijo “¿Esperas que lo mate? dime” Estaba aterrorizada
con el actuar de él, era una bestia horrible, y en el fondo sabía que no me
dañaría. “Viste que el orden se busca porque somos débiles, no hay nada más que
buscar, solo la sangre” “Eres un idiota, el derecho a decir lo que queramos
prevalece, ¿por qué la violencia?” “La violencia es Dios” “¡Idiota!” Adam fue
llevado al hospital y me encargué de que nadie se enterara que estuvo allí o
que fue atacado; hace un año atrás supe que se colgó y tenía entre sus ropas el
poema que le había leído esa tarde. Todo por Sábato y mi pueril intento de
ayudar por el pacifismo. “Jorquito el ciego” era un pacífico, pero ¿su
literatura lo es? Esa experiencia con él fue traumática y Herman, como era su
“amigo” pensaba se comportaba de igual manera, como un maldito pervertido
chupapollas, recuerdo ese cuento de Cortázar donde Laurent, un asesino, nunca
es visto, pero sí hablan de él, ¿Habrá sacado de allí su idea Bolaño para
escribir “Los detectives salvajes”? Cundela que era un lector de Bolaño me lo
diría…el otro día, oculta en su armario, mientras leía fragmentos de Herman y
Michael escuché un estruendo de un perro chillando por el dolor provocado. Es
necesario precisar de otras formas que “las
coincidencias son un error del azar” como diría Herman, aplicar eso a la
literatura es imposible, las coincidencias están planeadas, cada una, cada
hecho, al menos en la narrativa. Fue un comienzo hermoso, tener a esa
muchedumbre de poetas recorriendo Los Arenales, implantando un cuadro a lo
Odilon Redon, esas figuras fantasmales en la iglesia, un cristo, barroco por
cierto, una muchacha llorando por su embriaguez o la anciana con su alambre en
el cabello que se detiene a mirar el cuerpo aplastado de unas mujeres en el
pavimento. En aquel tiempo yo fumaba cigarros al revés, siempre lo hacía, solo
por cosas como esas no era necesario ser un poeta, podrías ser un borracho
vagabundo que en su locura realiza cosas espantosas o un asesino y pedófilo, y
ellos te integraban, todo lo extraño ingresaba... Tengo unas piernas preciosas,
me embargan, como las de Emma Zunz... Podría nombrar una serie de autores que
leían con avidez: Caicedo, Rimbaud, Supervielle, Basho, Gottfried Benn, Yeats,
Yevtushenko con su Babi Yar, Papasquiaro en su Jeta de santo, Michaux, Huxley,
Dostoievski, Gogol pobre, Nerval quimeroso, Mandelstam, guerrero, dirige con el
oído la vela de la sensación Mozetic con su olor incrustado, Kumst,
Scheleimayer, Sir. Carashataux, Ingenborg Bachmann, Michael Strunge, Donne y
sus sonetos místicos, Dickinson para dormir solo, Rilke en cartas, en el castillo,
en la Gran Ciudad, Eliot en sus cenizas, y rayos y cuartetos, Tsvetáieva
recordando a Duino, quiere dormir con Rainer, Blake en visiones con las hijas
de Albión, Yourcenar histórica y fogosa, Maillard, Panero hijo, ambos, Corso,
ese Kerouac en novelas, haikús y esbozos, Seifert, Nelly Sachs, Vleit, Artaud,
Glück, Auster (Herman lo detestaba) Juarroz, Ginsberg ¿Ya nombré a Ginsberg?
¡Ah, olvidé los nombres! Eran muchos, parece que faltó Ajmatova, ella era muy
querida por Paulina, al igual que Anne Sexton y Tsvetáieva. Todas tenían algo
en común para él, se parecían unas a otras y todas a Paulina, siempre la vi un
poco masculina capaz de meter sus dedos en el ano de Rei, muy fuerte y
decidida. Nos juntamos una vez en un local, tuve una pequeña relación con ella
pero todo se fue al bote de basura cuando Herman nos sorprendió en el baño del
bar; A veces el poeta nos asombró con su presencia sacando la cabeza desde el
W.C, diciendo “Ese maldito de Herman me metió aquí el desconsiderado, todo
porque puede” Salimos despavoridas, fue algo raro, pero siempre sucedían esta
clase de hechos cuando yo hablo por Herman o Bregas o Paulina o Michael, todo
es una madeja, como de Ariadna, aprendí ese mito gracias ellos que lo colocaron
en un texto que escribió para mí dentro de una de sus novelas, según recuerdo
le dije una vez que lo encontré en el supermercado: “Debes hacer novelas
distintas, sin análisis psicológicos, eso ya está pasado de moda, sin realismo,
¡Por favor! Sé que no te agrada el realismo mágico, así que no hablaré de eso,
sin embargo, recobra nuevas formas, al menos en narrativa es más fácil que la
Poesía, eso no quiere decir que esté en un nivel inferior” Michael en cambio
situaba la Poesía en un sitial más alto, pasaba largas horas leyendo y
estudiando, la última vez que lo vi, estaba colgando de una soga y pedía agua.
Me atraía su cuerpo pequeño como el mío y a él solo le importaba la Poesía, la
Poesía, la Poesía, está bien ese respeto o devoción, sin embargo, era una
obsesión horrible, la estética marcada de vida y la creación literaria sobre
todas las cosas ¡incluso la propia vida! se encerraba en su habitación, llegué
a su casa, entré y escuché su voz nerviosa entre los murmullos del reloj que
decía “El poema de Borges es un fiasco, ¿Entiendes? Para mi gusto “El poema de
la cantidad” es el mejor en imágenes, sabes muy bien que es un narrador y no un
poeta, todos le lamen las patas al viejo ciego y no saben que aparte de
homosexual era un pedófilo, ¡Kodama por favor! Todo en él me parece una
biblioteca, es sabio, sí, y pertenece desde hace mucho a los poetas Grises, tú
no puedes pretender cerrar los ojos y vivir como una profesora poeta, ¡ESO NO
ES ASÍ! Sigue escribiendo y dame tu obra máxima ¿Hasta dónde puedes llegar?
respóndeme” Abrí la puerta de la habitación, estaba desnudo y con una pistola,
una soga entre las piernas, en el espejo frente a él, no estaba su reflejo,
sino el mío, el reflejo me cerró un ojo y salió corriendo.
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