INCÓGNITAS III

En la mañana escuché una canción desconocida, la canción empezaba en el mediodía, un mediodía desconocido. No me gustaban las clases y prefería caminar por la rivera del río sin nadie como sombra, alguna veces entraba en un auto abandonado, un "Chevy" de color negro que olía a aceite y polvo; allí dormía hasta la tarde y luego volvía a casa. En ese tiempo no existía la jornada completa de clases y sólo asistía en la tarde. El portón del colegio fue reemplazado por uno de madera. Tengo un recuerdo: La sala, el profesor explicando materia de lenguaje -es tarde- miro por la ventana, al otro lado hay unos árboles que dan sombra al césped y una muralla, en ese instante contemplé con tristeza la vida, es raro, el profesor me pedía que leyera frente a mis compañeros e interrumpió mis ideas, leí. 
Mi bisabuela tenía una avanzada edad, 85 años. Me enseñó sobre cultivos, de tierra, de minas, comunismo, convivir en sociedad, a mis preguntas tenía una historia siempre para ilustrar, conocía a la perfección la mitología urbana, en 1930 ingresó a estudiar, sus libros, deshojados, acompañaron mis tardes de ocio, libros considerados por mi el secreto de la  vejez, así mi bisabuela era también alguien que sentía un aprecio por esa cosa que se movía y hablaba en su ignorancia. Libros, libros, en una bodega inaccesible para manos curiosas; Cartas, cartas, de un suicida...
La formación que recibí básicamente se remitía a conceptos tradicionales de respeto, a guardar silencio en el momento equivocado.






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