INCOGNITAS II

Al cumplir seis años esperaba fuera del colegio sentado en una acera justo frente a un portón de metal oxidado y amarillo, observaba día a día el herrumbre con la lluvia, el viento, mis compañeros arremolinados aplastando las flores de mis compañeras, en el festival de los alumnos. Esperaba con ansias aparecer a mi madre, nunca llegaría cosa que no impedía que esperara. Esperar por esperar.
Un día en clases entró mi padre, ebrio a no más poder con los mocos colgando por la cocaína, que en ese tiempo conseguía más barata, exigía ver a su "hijo". Yo miraba alrededor buscando a su hijo pues no lo veía en ninguna parte, nunca hubo algo masculino más que un suicida, eso era todo, luego este borracho estúpido buscaba resultados en un organismo autónomo, su única prueba de vida... Tenía una pena enorme por su actitud desesperada, ya podía entender su actuar y no la situación, el profesor no comprendió de que hijo hablaba, habían muchos que podrían ser de él. Es un padre la vertiente de toda la tradición, un portón viejo, provoca más sed de revolución en los desiertos de la Ignorancia. Ese día sentado, con los truenos en la cabeza peiné mis pasos hacia su casa.
Abrió la puerta dejando al descubierto un espeso olor a mierda y orina, defecaciones en un basurero, papeles higiénicos en el lavamanos, sangre en la pared de la ducha ennegrecida, las cucarachas no me asustaron, sólo el olor a esto imprimía un sello enfermizo en mi cabeza, en el comedor dos sillones de mimbre, en uno de ellos un hombre vestido con calzas y objetos metálicos en las muñecas, cuello y nariz... Mi abuela paterna me observó mientras extendía sus manos con una muestra de gratitud en sus labios, fue cariñosa, cada dos días insultaba a a mi padre y tiraba sus ropas al suelo de la calle, yo miraba desde lejos todos estos golpes en el pecho y la baba expelida de una cara a la otra en una claroscuro que siempre tuvo ese lugar tan hediondo y atrayente a mis obscenos pensamientos de adolescente que no comprende aún.
Leía con avidez a un príncipe y un mendigo, veía por primera vez a mi doble guiñándome un ojo tras la ventana de cristales rojos.


Comentarios

Entradas populares