Los poetas grises (fragmento)
Jugaba
con el dulce entre sus labios, la lengua sorbía con intensidad los fluidos del
caramelo, entre los tejados, desde una ventanilla situada en altura se
desprendían el bop inigualable de Charlie Parker. La otra, envidiosa del juego
levantó sus vestidos hasta el ombligo, el dulce cayó al suelo, antes de tocarlo
un aplauso llenó el ambiente, marcó el viejo reloj de ébano una hora
desconocida, salieron por la puerta hacia la calle, la casa quedó vacía.
Abandonada. Ni los perros entran. La causa de este recelo eran las figuras
obscenas pintadas con mierda de algún burrero que se permitía esconder su droga
entre las tablas podridas “así el prensado tendrá más sabor” En las paredes
abundan los mensajes suicidas, el suelo lleno de cartas pegadas unas a otras
por la humedad, impregnando el aire viciado con un desagradable olor a vómito o
mierda, según fuera la posición donde se estuviera. La madera no recuerda que
es la luz. La muerte siempre triunfa. Las mujeres tras la coyuda sexual se
comportan frías y los hombres se enternecen encontrando sólo una roca a la cual
declarar sus emociones, las féminas son detestables, cada una de ellas, sus
estúpidos movimientos que van en búsqueda del beneficio de su ego, hasta las
horribles viudas sin dientes y canosas vaginales, de muslos agrios buscan ser
adoradas. El amor es ego puro. Pobre Ray Charles perdido por su pene en
constante erección, pobre Aquiles, pobre Marqués de Los Arenales. (…)
¡GAN-BANG!
Entre el entablado podrido una rata masca trozos de papel y revistas viejas
enmohecidas; el insoportable hedor combinado con el sonar de una trompeta
escala los muros hasta la ventanilla, de ahí a la calle su potencia disminuye a
un leve olor ácido tal vagina húmeda después de tres años. Alguien se movía en
un rincón asustado por la madre rata en su afanosa tarea de construir un nido o
madriguera, lo que sea. Estaba ahí desde antes que la jovencita introdujera en
su boca el caramelo, antes que su compañera dejara a la vista su parte inferior
al ombligo, antes del aplauso y la rigurosa marca dejada por el reloj en los
oídos. Estaba allí porque Denmes comentó en una de sus borracheras el destino
lésbico de muchachas púberes. La casa abandonada y las constantes visitas de
ellas a la pestilencia propiciada, luego de eso Denmes se lanzó un sonoro pedo
como si la leche con las naranjas vomitadas un poco antes siguieran surtiendo
efecto. Esa noche, mientras caminaba a su casa medio borracho medio excitado
decidió esconderse en la oscuridad de ese pozo maloliente y las muchachas no
faltaron a la cita imprevista con él, la gracia de su dios residía aún en sus
noches. Nunca, se felicitó por …
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